Archive for 2015

El bachaqueo


Acercó su Mitsubishi Lancer blanco a la parada. Tres chicas, menores de treinta años, con rasgos indígenas y varias bolsas de supermercado, tocaron el vidrio pese a que no era el único taxista en la línea. Se extrañó, pero imaginó la pregunta con la que vendrían. Querían que las llevara, a las nueve de la noche, desde un conocido centro comercial al norte de Maracaibo a El Moján, al otro extremo del estado Zulia. 

Él aceptó. Sabría que con esa carrera ya no tendría que trabajar ni el resto de la noche ni el día siguiente. Se montaron en la parte trasera de aquel auto conversando sobre su día, sobre la pericia de conseguir detergente, arroz, jabón de tocador, harina de trigo y pasta en menos de ocho horas y cómo cada una iba a vender al llegar a su destino con sobreprecio, porque debían recuperar el dinero y el tiempo invertido. 

El taxista, impávido escuchando aquellas declaraciones, se indignó. Le compró a precio justo el término bachaqueros al gobierno nacional que como ellas aprovechaban la ociosidad para adquirir alimentos y revenderlos a la clase media, los únicos que se mantienen en sus jornadas de trabajo y terminan comprando a esta nueva clasificación de venezolanos porque nunca consiguen nada.

A los 25 de los 50 minutos que debía durar en esas condiciones el recorrido, les reveló que la carrera les costaría 6 mil bolívares en vez de los habituales 1500 que ellas aseguraron pagaban en horario regular. Él, dijo tajantemente, también iba a bachaquearles la carrera.  

El trío se estremeció al escuchar los números de boca del hombre de veintitantos años. Golpeaban con la mano el asiento delantero exigiendo pagar la cifra que ellas estimaban. Una de ellas luego demandó que las dejaran justo en el lugar donde estaban: un paradero oscuro a mitad de la nada. 

Él insistió en que no las iba a dejar más que en el centro comercial donde las recogió en lugar de ese sitio sin aceras ni luces cercanas. Ellas maldijeron durante toda la vía de vuelta. Lo amenazaron también con aplicarle técnicas que harían sonrojar hasta al maestro vudú más incorrecto. Él no se inmutó, las dejó en el lugar de partida y les deseó feliz noche, sin cobrarles ningún centavo.  

Allí estuvieron las tres mujeres preguntando a cuanto vehículo pasaba si las podía llevar. Al menos hasta las once de la noche ninguno había aceptado. 

De acuerdo a los vigilantes y al taxista de la historia, las bachaqueras desplegaron sus paquetes y los utilizaron como almohadas en un engramado cercano. Amanecieron allí, se enjuagaron luego la boca con una fuente de agua y continuaron su rutina. Ese día posiblemente se irían más temprano a su hogar, aunque los testigos las identificarían más tarde en nuevas colas del supermercado.  

sábado, 15 de agosto de 2015
Publicado por: David Padilla g

La conversación


Foto propia (2015)
Voy terminando una de las primeras prácticas de la sección de la noche de Taller de Redacción y Estilo Periodístico en la Escuela de Comunicación Social de la Universidad del Zulia. La actividad consiste en redactar en viejas computadoras Pentium III (algunos con monitores famosos por allá en 1993), imprimir y retirarse, tras darles una pequeña charla personalizada sobre qué esperar luego. 

Un grupo de estudiantes se queda conversando bajo la excusa de esperar a otros compañeros para marcharse juntos y esquivar así posibles atracos en el camino. Una, con rasgos que una abuela identificaría como “árabe”, me comenta lo difícil que le ha sido no solo asistir a estas clases sino a las de los periodos anteriores. 

Habla con detalles y sin inhibiciones sobre cómo le quedó la misma materia con otra profesora en un horario matutino, de la dificultad de llevarle el paso y de la actitud de ella hacia su aprendiz. Asistió solo a las primeras clases y luego dejo de ir al calcular las notas que llevaba y las que le hacía falta.  

-Y bueno, finalmente me raspó. Uno necesita un profesor como usted, que le explique y entienda bien. 

Le agradezco el halago y le indico que he obviado algunos detalles que un estudiante en una escala universitaria ya debería haber superado (como errores ortográficos y acentuación) aunque reitero la promesa de olvidar esas concesiones en las últimas prácticas porque definitivamente debía ser así.

Ella escucha en silencio y analiza muy bien antes de responder. Piensa cada palabra como si barriera con la mirada el enunciado de un problema en un libro de matemáticas. Sus compañeros se aglutinan a su alrededor esperando su réplica, incluso aquellos a los que esperaban para marcharse. 

Frunce el entrecejo y traga saliva antes de abrir la boca, tocarse el cabello a la altura de las orejas y concluir la conversación con un: “ajá profe, ¿pero al final con la nota que tengo paso? Porque no la quiero volver a ver…”.

Me le quedo mirando y le abro la puerta. Me paro a un lado y le hago el gesto de que siga avanzando. Ya no había nada más que agregar.   

domingo, 9 de agosto de 2015
Publicado por: David Padilla g

La última pasajera

Foto: ElImpulso.com
El área del terminal nacional del aeropuerto Simón Bolívar de Maiquetía, en Caracas, muestra su bullicio habitual de domingo en la noche. Se ven por los extensos pasillos a pasajeros esquivando la pesadez de la espera con música a través de audífonos, con libros doblados para mejor lectura o conversaciones que dejan los pequeños espacios entre las estaciones de carga para teléfonos celulares. 

La puerta de abordaje número 2 se encuentra más abarrotada que en sus días normales. Todo un contingente de pasajeros espera que el vuelo V114 de una aerolínea expropiada por el estado termine de subir a sus interesados para que otra tome su lugar y embarque a más de 60 personas que se cuentan a simple vista deseosos de ir o regresar a Maracaibo.  

Pese a que el extenso grupo comienza a quejarse, no pierde el orden de una fila espontáneamente acomodada para agilizar el ingreso al avión. Entre tantos susurros que lentamente pasan de diálogos a gritos, una voz femenina interrumpe en el altavoz con el anuncio de un nombre en específico que tras su repetición suena a súplica. 

-Se le agradece a la pasajera (nombre y apellido completo acá) presentarse por la puerta de abordaje número 2. Se le agradece a la pasajera (nuevamente, nombre y apellido) presentarse por la puerta de abordaje número 2. ÚLTIMO LLAMADO

La muchedumbre ve a su alrededor y sigue comentando, aunque en cuestión de minutos se despliega como si Moisés hubiese lanzado su vara al suelo del Mar Rojo para separar las aguas. Una chica de unos 25 años, de cabello negro hasta los hombros, chaqueta roja y minifalda de jean, camina entre la multitud arrastrando una pequeña maleta desde una extensión plegable en su mano izquierda.

En la mano derecha aprisiona un irregular plato de cartón donde el dedo pulgar no permite que una jugosa torta de chocolate se desparrame a otras regiones de su ropa. Se acerca con parsimonia al cubículo donde toca identificarse para subir al avión. A pocos metros paraliza su marcha para ir comiendo, a tramos, tan vistoso manjar. 

Así, cada vez que parece llegar al sitio, hace una parada donde estabiliza el equipaje, posiciona su cuchara y se zampa un pedazo de ese esponjoso dulce. 

Después de aquel ritual, se identifica como la persona a la que llaman por parlante. El que la atiende le indica que agradece su asistencia y le hace saber que con ese trozo de torta de chocolate no podía subir al avión, al menos no como lo presentaba.  

Ella, luego de perder parte de su colorido labial consumiendo el postre, comenta indignada que su retraso se debió a su compra y que no iba a subir hasta que lo terminara. Acto seguido, estabiliza nuevamente su maleta y procede a comer bocado a bocado aquel producto adquirido en una tienda del final del pasillo. 

Ante la mirada atónita del lado derecho e izquierdo de ese Mar Rojo, la última pasajera degusta cada centímetro de su pastel hasta que un barrigón del vuelo en espera grita entre dientes en su contra.

-Mirá mardita, termináte eso que quiero irme pa mi casa.

Ante el peculiar llamado, que hace voltear a más de uno, la chica de cuerpo esbelto da un gran mordisco hasta doblar el plato de cartón y agradece, aún con la boca llena, a quien le entrega en su mano el boarding pass de confirmación. 

Se va por el corredor, con el caminar de una miss, mientras que un inmenso público esperaba expectante que los llamaran para llegar a su destino. 
domingo, 2 de agosto de 2015
Publicado por: David Padilla g

La aventura

El gringo (en Flickr)
Llegó domingo.  Entendió finalmente la canción de Ilan Chester en la que asegura que todo comenzó una mañana diferente a todas las que ha visto pasar.  Comprendió que su felicidad no estaba en ese trabajo mal pagado que un día había anhelado ni en las colas del supermercado para comprar dos kilos de harina de trigo a la semana. 

No tenía hijos ni responsabilidades que lo ataran. Solo tenía ese sentimiento vago de patriotismo que una fuerza política había distorsionado a gusto y transformó a semejanza de su corrupción.

Tomó un largo morral de su closet. Metió toda una vida más dos pantalones, tres franelas y respiró profundo. Soltó algunas lágrimas pero sonrió. Sabía que sin importar lo que pasara sería feliz donde su experiencia como ingeniero lo llevara. 

Recibió un beso en la mejilla de su madre, más la señal de la cruz esparcida en su frente. Un fuerte sonido del taxi los separó de ese invaluable abrazo. Mientras el taxista comentaba sobre la inflación, la delincuencia y los resultados del béisbol, él pasaba una a una las fotos en su celular de la despedida que sus amigos le habían hecho la noche anterior.

Se le formaba una sonrisa quebradiza. No podía hacer más nada mientras una música estridente en sus audífonos ahogaba los lamentos del conductor. 

Se chequeó de primero en el aeropuerto. Le tocó esperar un buen rato para que luego le examinaran el alma en busca de drogas. No encontraron más que un simple encendedor de metal que tuvo que botar porque había olvidado sacarlo del equipaje de mano. 

En la cola para el avión deseaba haber tenido fuego para encender un cigarrillo. Le tocó un asiento solitario. Imaginó que era porque nadie tenía dólares para comprar pasaje para irse de Venezuela. Él sí. Los reunió durante un año vendiendo hasta ese preciado anillo que su fallecida abuela le había regalado cuando se graduó de sexto grado. 

Lloró en silencio. En su hogar le enseñaron que los hombres no debían derramar lágrimas y contuvo varias bajo los redondos lentes negros que llevaba. Se consolaba diciendo que su madre no tuvo que vender el apartamento como había jurado que lo haría con tal de que escapara del país y rehiciera su vida fuera, comenzando desde cero. 

Durmió un rato. Despertó con los labios secos, justo en el momento en el que la aeromoza le ofreció un vino o jugo para amenizar tantas horas de vuelo. 

Abrió el protector de la ventanilla y miró hacia el horizonte. Faltaba poco para su destino. Vio el sol caer al tiempo que el avión daba un giro para arribar a la capital del país. 

Miró hacia sus zapatos pensando en todo lo que debía procesar. Ese sentimiento de esperanza, de impotencia, de emoción, se revolvían en el estómago como ropa en la lavadora. 

Cuando el avión tocó la pista y él salió por ese pequeño túnel hacia migración, se sintió lejos de su mundo, de las arepas con queso y crema de leche que puntualmente su madre le entregaba en un plato de peltre por las mañanas, de los gritos de la vecina apurando a su hija para que no la dejara el transporte, del gato que se asomaba por la ventana exigiendo su ración de carne y hasta de los tiroteos que en el sitio de comida rápida ubicado detrás del edificio ocurrían casi todos los fines de semana. 

Se puso nuevamente los audífonos. Logró conseguir una conexión inalámbrica y revisó el celular. En él había un mensaje de su hermano menor donde sus tíos, primos y toda la familia que estaba disponible esperaban que hubiese llegado bien. También le recordaban que lo querían mucho y aunque estuviese a miles de kilómetros de su origen, estaban con él. 

Sonrió. Esta vez como si le contaran un chiste. Respondió en una o dos palabras y apagó el aparato. Sabía que todo andaría bien, sin importar lo que ocurriese, porque nunca estaría solo. Tomó el morral de la banda de entrega y lo ajustó con fuerza a sus hombros. Se enderezó y levantó el mentón. La aventura apenas comenzaba. 

sábado, 18 de julio de 2015
Publicado por: David Padilla g

El cumpleaños

Sin créditos originales
Me monté en el taxi. Era colectivo porque pese a que tenemos la gasolina más económica del mundo, la falta de repuestos y la desaparición progresiva de alternativas sigue dando lugar a esta modalidad de traslado grupal en Venezuela...al menos por esta zona del país.

En la parte trasera estaban tres chicas, entre 19 y 20 años, que criticaban que hubiesen podido hacer más. Una de ellas, en apariencia la más joven, fue engañada por el “bastardo e inconsciente” de su novio o “peor es nada” como más tarde lo identificaría. Habían decidido pasar de sus clases de la universidad al cine para olvidar ese engaño gracias a las actuaciones de Colin Firth y Taron Egerton en la genial Kingsman.       

La engañada se dirigía al norte y las otras dos al sur de Maracaibo mientras yo quedaba en el intermedio, escuchando cada llamada del idiota que nunca supo esconder el condón usado y que pese a sus objeciones no tuvo el placer de escuchar el cachondeo del taxista de esa noche. 

Hubo lloriqueo, conversaciones que en algún momento debieron ser íntimas mientras el interminable semáforo marcaba en cuenta regresiva uno desde sesenta. “¿Tu casa tiene tres bolsas negras al frente? ¡Qué molleja de referencia!”, decía  la más conversadora mientras me dejaban. Habíamos ubicado a la afectada pero las incitadoras del evento se encontraban todavía en ese Hyundai Accent año 2001 hasta que las posicionaran en un único sitio al otro lado de la capital zuliana. 

Por lo que entendí, hubo sexo de por medio y no precisamente entre las involucradas. Una tarjeta de presentación rozó en mi regazo pero recordé que podría haber sido de una de mis estudiantes en LUZ, de las que copian y pegan para los trabajos finales o que se quejan porque no llego a los treinta años como para darles clases. Fue a parar al conductor quien la guardó sin pudor en su bolsillo de la camisa, esa que se ubica al lado del pezón izquierdo. 

Llegué a mi casa asegurando que también era mi cumpleaños. Ese 27 de abril recibí más abrazos de los esperados justamente de ese taxi. Recordé como en años anteriores ignoré las leyes de un condominio por dejar estacionar a amigos en lugar donde no podían hacerlo, permitir beber a otros en un sitio donde mi tía pagaría más tarde un tercio de un salario mínimo o donde otros harían fiesta para celebrar una edad que no me correspondía. 

Me recordó a aquellas tardes que disfruté de alcohol que ya no se consigue y que si lo hay ya no se puede pagar. De las reuniones que patrocinaba porque ganaba en Bolívares y que hoy sinceramente no podría costear a menos que percibiera en dólares. De esas conexiones que a través de textos como estos podía hacer y que hoy, debido a la escasez de alimentos y del tiempo que me exige, ya no puedo redactar. 

Esa noche me despedí agradecido. No muchos habían recordado el onomástico. Entendí que quienes lo hacen son los que verdaderamente vale la pena recordar en el tiempo porque saben usar Facebook o me tienen bien anotado en su agenda. 

No hubo más despedidas en aquel vehículo. Había más fiesta de la que yo quería allí. El taxista agradeció el gesto y me dejó. Para él la noche apenas comenzaba. 

miércoles, 24 de junio de 2015
Publicado por: David Padilla g

Día del libro 2015: cuatro recomendaciones

Se celebra cada 23 de abril desde 1995. El día del libro es la excusa perfecta para regalar una publicación que nos guste o que simplemente nos haya marcado. En Venezuela tenemos varias limitantes: un libro nuevo cuesta en promedio un 25% de un salario mínimo, aunque si es el autor de moda el precio puede llegar hasta 50%. 

La burocracia gubernamental hace de las suyas y para editar nuevos textos desde el país habría que pasar por una serie de trabas donde sale mejor importarlos, aunque esto tampoco se puede hacer por la falta de divisas. 

Por eso se aplaude cualquier iniciativa donde se hagan trueques mediante bancos de libros o esas mega-ofertas en las que eventualmente se pueden ubicar en los mesones excelentes títulos de no tan reciente data  en algunas librerías de Maracaibo. 

Ante nuestra (auto) exclusión de un mercado global, me permito hacer unas concesiones gracias a Internet bajo la aclaratoria de que sigo sin apoyar la piratería pero estoy de acuerdo en la difusión del conocimiento. Espero que al menos con las recomendaciones que hago entiendan la diatriba:

  • 1Q84 -Haruki Murakami: Es hasta ahora lo más ambicioso del autor japonés, pensado en tres volúmenes. Mantiene el estilo de alternar historias en apariencia sin ninguna relación pero que poco a poco va hilando de manera magistral. 
Sinopsis
En japonés, la letra q y el número 9 son homófonos, los dos se pronuncian kyu, de manera que 1Q84 es, sin serlo, 1984, una fecha de ecos orwellianos. Esa variación en la grafía refleja la sutil alteración del mundo en que habitan los personajes de esta novela, que es, también sin serlo, el Japón de 1984. En ese mundo en apariencia normal y reconocible se mueven Aomame, una mujer independiente, instructora en un gimnasio, y Tengo, un profesor de matemáticas. Ambos rondan los treinta años, ambos llevan vidas solitarias y ambos perciben a su modo leves desajustes en su entorno, que los conducirán de manera inexorable a un destino común. Y ambos son más de lo que parecen: la bella Aomame es una asesina; el anodino Tengo, un aspirante a novelista al que su editor ha encargado un trabajo relacionado con La crisálida del aire, una enigmática obra dictada por una esquiva adolescente. Y, como telón de fondo de la historia, el universo de las sectas religiosas, el maltrato y la corrupción, un universo enrarecido que el narrador escarba con precisión orwelliana.

  • Ébano -  Ryszard Kapuściński: El maestro Kapuściński es todo un storyteller pero también un trotamundo, un redactor de poesías y de textos periodísticos que enlaza a través de increíbles relatos. No se puede hacer una presentación de su libro porque hasta ese punto él lo pensaba con bastante antelación. 
Sinopsis

He vivido unos cuantos años en África. Fui allí por primera vez en 1957. Luego, a lo largo de cuarenta años, he vuelto cada vez que se presentaba la ocasión. Viajé mucho. Siempre he evitado las rutas oficiales, los palacios, las figuras importantes, la gran política. Todo lo contrario: prefería subirme a camiones encontrados por casualidad, recorrer el desierto con los nómadas y ser huésped de los campesinos de la sabana tropical. Su vida es un martirio, un tormento que, sin embargo, soportan con una tenacidad y un ánimo asombrosos. De manera que éste no es un libro sobre África, sino sobre algunas personas de allí, sobre mis encuentros con ellas y el tiempo que pasamos juntos. Este continente es demasiado grande para describirlo. Es todo un océano, un planeta aparte, todo un cosmos heterogéneo y de una riqueza extraordinaria. Sólo por una convención reduccionista, por comodidad, decimos «África». En la realidad, salvo por el nombre geográfico, África no existe.

  • Biografía de Steve Jobs - Walter Isaacson: La mente creativa de lo que hoy es Apple se desarma en esta publicación. No se vende como un Dios sino como el humano creativo, pedante y explosivo que supo manipular su entorno pero también cambiar paradigmas en todos los ámbitos posibles. No hay punto medio al hablar de Steve Jobs: o se ama o se odia. Esta biografia, presentada de manera magistral por Isaacson, ayuda a delinear ese terreno. 
Sinopsis

La muerte de Steve Jobs ha conmocionado al mundo. Tras entrevistarlo en más de cuarenta ocasiones en los últimos dos años, además de a un centenar de personas de su entorno, familiares, amigos, adversarios y colegas, Walter Isaacson nos presenta la única biografía escrita con la colaboración de Jobs, el retrato definitivo de uno de los iconos indiscutibles de nuestro tiempo, la crónica de la agitada vida y abrasiva personalidad del genio cuya creatividad, energía y afán de perfeccionismo revolucionaron seis industrias: la informática, el cine de animación, la música, la telefonía, las tabletas y la edición digital. Consciente de que la mejor manera de crear valor en el siglo XXI es conectar la creatividad con la tecnología, Jobs fundó una empresa en la que impresionantes saltos de la imaginación van de la mano de asombrosos logros tecnológicos.
Aunque Jobs colaboró en el libro, no pidió ningún control sobre el contenido, ni siquiera ejerció el derecho a leerlo antes de su publicación. No rehuyó ningún tema y animó a la gente que conocía a hablar con franqueza. «He hecho muchas cosas de las que no me siento orgulloso, como dejar a mi novia embarazada a los veintitrés años y cómo me comporté entonces, pero no hay ningún cadáver en mi armario que no pueda salir a la luz»

  • Crónica de una muerte anunciada - Gabriel García Márquez: del autor colombiano es difícil elegir una obra. Me quedo en esta oportunidad con esta simplemente por la manera en la que juega en los tiempos sin perder el estilo que lo caracteriza. 
Sinopsis
En un pequeño y aislado pueblo en la costa del Caribe, se casan Bayardo San Román, un hombre rico y recién llegado, y Ángela Vicario. Al celebrar su boda, los recién casados se van a su nueva casa, y allí Bayardo descubre que su esposa no es virgen. Cuando lo descubre, devuelve a Ángela Vicario a la casa de sus padres, donde su madre la muele a golpes. Ángela culpa a Santiago Nasar, un vecino del pueblo.
Los hermanos Vicario –Pedro y Pablo–, obligados por la defensa del honor familiar, anuncian a la mayoría del pueblo que matarían a Santiago Nasar. Nasar no se entera, sino minutos antes de morir. Los hermanos matan a Santiago, después de pensarlo en varias ocasiones, en la puerta de su casa, a la vista de la gente que no hizo o no pudo hacer nada para evitarlo. A los 27 años, un amigo de Santiago (el narrador) reconstruye los hechos de los que él fue testigo.
Años después, Ángela Vicario estaría escribiendo cada día a Bayardo, primero formalmente, después con cartas de joven enamorada y, al final, fingiendo enfermedades. Así, Bayardo vuelve 17 años después, claramente desmejorado y con todas las cartas sin abrir.


jueves, 23 de abril de 2015
Publicado por: David Padilla g

Venezuela a través de mi blog

Foto: pressmaster
En tiempos de hegemonía comunicacional de estado, en Venezuela los blogs siguen abriéndose como pequeñas ventanas en el país, no solo para informar sino para crear consciencia ciudadana a través de diferentes temáticas.


Es mediodía de un fin de semana cualquiera en la Venezuela post-Hugo Chávez. Mientras los temas en Trending Topics en Twitter siguen siendo aquellos donde el gobierno ha establecido pautas contra el imperialismo, la “derecha fascista” y cualquier otro tópico ajeno al día a día, la agenda informativa de dos chicas de Maracaibo se orienta, a través de su blog, por temas que creen más prioritarios.

“Consideramos hablar acerca de arquitectura, arte, diseño y cultura, porque son aspectos necesarios de cultivarse en nuestro país. El mejor paso para empezar es pensando en los jóvenes como público y al mismo tiempo llevar nuestra opinión en voz alta. Aunque a veces tratamos ideas complejas y desconocidas, nos aventuramos con nuestros lectores”, comentan las blogueras a través de una estructurada entrevista vía correo electrónico.

Son Fabiana Parra y Andrea González. Ambas son arquitectas y no superan los 25 años de edad. Pese a las ideas de personas mayores que pudieran decirles que Venezuela se ha convertido en ese pueblo rural del país del que hay que salir para crecer, ellas tienen claro su objetivo de expandir su bitácora en Internet e incluso se preparan para ello cursando un posgrado.

Piensan que su aporte a esta nación lo realizan en su espacio en la Web fomentando la expresión.

“Creemos que el motivo inconsciente siempre será destacar el talento venezolano en cualquiera de sus ámbitos, ser un medio de información alterno a los tradicionales que ya conocemos, eso acompañado con las voces de las personas que nos caracterizan: proactivas, creativas y siempre con algo que decir”, aseguran.

En un país de alta polarización política, dónde los radicales acusan a los medios de autocensurarse, ellas creen que debe existir un punto intermedio para expresarse y buscan aplicarlo en cada entrada. “Aprovechamos nuestras diferencias –señalan- para hacerlas evidentes en nuestro blog. Diferimos hasta en la manera de escribir, lo que hace que el blog sea más de nosotras”.

Blog como reto

Sin crédito
No hay una cifra oficial de cuántos blogs existen en Venezuela ni de los que han prosperado en los últimos quince o dieciséis años. Muchos se han desvanecido en redes sociales como Twitter, herramienta que ha pasado a ser de importancia para el venezolano de a pie por la facilidad de redacción (similar a un mensaje de texto), la inmediatez del reporte a través de redes y por ser la válvula de escape directa ante la falta de informaciones en medios tradicionales.

Por eso las bitácoras lo tienen difícil a la hora de competir. Fabiana y Andrea lo ven muy claro y utilizan herramientas visuales para atrapar a sus lectores e incentivarlos a que reaccionen con el mismo impacto de un tuit o un mensaje en Facebook.

Comenzaron en 2013 en ese camino. La necesidad surgió de ambas para expresar su opinión y compartir vivencias para otras personas. Era un desahogo, como bien lo mencionan, pero también una manera de retribuir experiencias que pudiesen servir a aquellos que decidieron transitar por su misma vía.

“Como nosotras, el blog ha pasado por distintos procesos de transformación: desde estudiantes a tesistas y luego a profesionales. Nos encanta que eso se demuestre fácilmente en el nivel de contenido que queremos alcanzar, pero para ello hay que trabajar todos los días. Queremos continuar porque simplemente es un proceso que nos hace feliz, nos saca de la rutina de nuestros trabajos y nos mantiene creando, haciéndonos preguntas”, comentan.

Creen que el futuro de ambas es el futuro del blog pero entienden que el siguiente paso es salir de la red y entrar en una etapa de realización de talleres, elemento de ciudadanía donde puedan incluir a más personas con la visión de hacer cultura.

En sus declaraciones hay implícita una mentalidad de que hay que limpiar primero la casa si se quiere cambiar al mundo. Por esa razón piden primero que se realicen preguntas sobre cómo está el entorno principal, el que viven día a día: las ciudades.

"La respuesta a eso es generalmente frustrante porque toma tiempo. Es un proceso muy lento que necesita paciencia. Es imposible pretender que de la noche a la mañana las personas hagan algo bueno todos los días (…) la gente necesita cultura para aprender a querer la ciudad". 

"No solo ver lo negativo, sino lo bueno que aún se está haciendo a pesar de eso", indican dejando claro que desde un blog o unas pequeñas líneas podrían afectar la perspectiva de otra persona y así, poco a poco, comenzar el cambio que se anhela para Venezuela.

domingo, 19 de abril de 2015
Publicado por: David Padilla g

El choque de Cirilo

Foto propia...del momento del choque
Aceptó con una sonrisa llevarme a mi destino. Siempre lo hace. El señor Cirilo se consigue habitualmente sentado en las mañanas en la línea de taxi ojeando un periódico de unos seis o siete días de antigüedad. Ya ni me molesto en pedírselo prestado. En su lugar escucho sus historias.

Así me reveló -casi con un mar entre sus ojos- cómo consiguió con su fiel carro en forma de embarcación marítima el pago de su marcapaso y de cómo dio vueltas un fin de semana completo para conseguir los medicamentos para su cáncer que finalmente le vendieron vencidos, bajo su riesgo, porque era “lo que había”.  

En la mañana del domingo contaba las penurias para comprar tres pollos en la carnicería que pudo conseguir abierta. Comentaba cómo había logrado cuadrar que el joven que le atendía dividiera un muslo con una señora casi de su misma edad cuando una camioneta aceleraba en una calle donde debía parar.

Iba a mucha más velocidad que el barco-taxi donde yo iba montado. Pese a la excesiva rapidez, todo se vio en cámara lenta. Recibí algunos golpes en la frente y en la barbilla y otros en la rodilla derecha. Cuando pasé el shock, pregunté al señor Cirilo si todo iba bien con él. Su lamento iba con el carro, con el vidrio resquebrajado y con el pasajero, pero luego se dio cuenta de su dolencia en el brazo derecho por el volante.

Logró salir primero que yo del auto mientras el chofer de la camioneta trataba de abrir la puerta donde me encontraba. Hice par de llamadas para comunicar que no iba a llegar hasta que me di cuenta de mi sangrado. Era leve pero constante.

Tomé papel sanitario que Cirilo tenía en su guantera y me recubrí. Salí para encontrarme con preocupados en la zona examinándome por curiosidad y temor. Fui la atracción ante los que iban cruzando la avenida donde estaba la colisión.

El taxista analizaba el impacto mientras yo llamaba a tres o cuatro personas. Como nadie respondía me resigné a tomar fotos e incluso a tuitear sobre el asunto. Ya estaba formado un tumulto de gente porque una hora antes de nuestro choque hubo uno similar con heridos de gravedad.

No eran ni las diez de la mañana cuando otro taxista de la misma línea donde trabaja Cirilo me buscó.  Él anciano quería que yo llegara a mi destino a tiempo. Le agradecí pero con el sangrado y los golpes decidí cambiar de agenda e irme a casa.

Algunas horas y varios algodones ensangrentados después, me contactó el segundo chofer. Le había dejado mi número en caso de que necesitaran mi declaración.  La necesitaban.

Aparentemente el primer policía que llegó al suceso había reportado lesionados confundiendo el golpe de la mañana con el nuestro y ambos vehículos debían ser confiscados por este hecho. Me vestí y regresé al lugar confiando en que por mi nadie saliera perjudicado por los rasguños y los golpes que pasarán factura al día siguiente.

Era inevitable. El fiscal de transito había hecho toda la gestión para que ambos vehículos pasasen arrumados a un estacionamiento hasta que los involucrados desembolsen una suma cuantiosa por almacén y servicio de grúa. Por como iba la conversación, todo estaba listo para que surgiera entre los afectados la pregunta de “¿cuánto hay que darte para que eso no ocurra?”.

Me fui, con una constancia de lesionado y con una exigencia de la policía de que fuese a un médico forense para iniciar un largo proceso burocrático donde Cirilo  salió como víctima simplemente por trasladarme, sin que terminara de contarme cómo pudo comprar tres pollos en la carnicería.

Le regalé dos pastillas de ibuprofeno. Las aceptó como bien sabe, con una sonrisa, llevándose eventualmente las manos a la cabeza y pensando qué hacer con su vida a los setenta y tantos atardeceres ahora sin su antigüedad rodante.  
domingo, 12 de abril de 2015
Publicado por: David Padilla g
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En Venezuela me quedo (incluye reportaje radial)

Foto: Dave Hernández
A pesar de que hay alrededor de un millón y medio de venezolanos que han salido del país para buscar mejores condiciones de vida, trabajo y estudio, jóvenes menores de treinta años –por una u otra causa- aceptan el reto de seguir y crecer en la tierra de Bolívar.


Gusmán Daboín tiene 26 años. Tuvo que emigrar de su tranquilo y casi olvidado pueblo natal andino para matricularse en comunicación social en la ajetreada y caótica ciudad de Maracaibo. Concluyó no solo con el grado summa cum laude en su carrera sino que consiguió trabajo en la misma casa de estudios que lo vio llegar.

Hoy esa oficina donde ha forjado amistades o ha crecido y acumulado nuevas experiencias se desvanece de a poquito como saco de azúcar en el agua. En menos de un año al menos cinco compañeros se habrán ido del país o están en planes de hacerlo, al igual que casi un millón y medio de venezolanos en los últimos veinte años, según las estadísticas que van acumulando las organizaciones no gubernamentales.

Él no engrosará esa lista. No formará parte de ese cinco por ciento total de emigrantes por una de las razones que, como él, muchos jóvenes identifican: su familia.

"No me quedan dudas de que en otro país tendría mejor calidad de vida. Tampoco me quedan dudas de que en otro país no sería plenamente feliz sabiendo que Cecilia (su mamá) y mis hermanas aquí la están pasando mal. "No sería feliz consiguiendo toda la comida sin hacer colas y con servicios públicos óptimos, pero sin saber cuándo volveré a ver a mi mamá o si la volveré a ver”, comentó a principios de 2015 en una de sus redes sociales.

Quedarse entonces implica vivir con limitaciones, saber exactamente cuándo gastar y en qué no hacerlo. También convivir entre asientos vacíos mientras sucede todo pero, además, aceptando que se abren nuevas oportunidades que en crisis se han resuelto con formación, educando para continuar en el camino.


Reportaje radial elaborado para LUZ Radio
Los nuevos retos

“Tengo esperanza. Me niego a abandonarla. Sé que se está apagando esa lucecita de que las cosas van a mejorar. Trato de mentalizarme de que viene algo mejor y sigo trabajando acá para que cuando ese momento mejor llegue no me haya quedado atrasado”, comenta Gusmán.

Cree que el sendero a transitar es la educación, un campo minado por salarios poco atractivos, pero con nuevas vacantes a diario por las emigraciones, entre otros elementos. En el caso de su sitio de trabajo, la Universidad del Zulia, el profesorado se ha ido reduciendo progresivamente en los últimos tres años. Entre renuncias, jubilaciones, fallecimientos y suspensiones ha quedado un déficit de 750 profesores para una comunidad que hace rato pasó de 30 mil estudiantes.

Esto ha llevado a este y a otros centros públicos de educación superior a reformar sus políticas de ingreso, reducir la burocracia y ampliar el ingreso docente a través de incentivos, sin obviar las limitaciones financieras.

Con esto buscan aprovechar el bono demográfico existente, ese término que los especialistas usan hasta el cansancio para referirse a la mayor parte de la población que mañana será un contingente en edad laboral pero que hoy son tan solo menores que se han multiplicado por distintos factores (como el alarmante ascenso del embarazo precoz en adolescentes) y desde ya hay que ir creando condiciones de empleos productivos, posibilidades de ahorro y asegurarles recreación y estudio. En resumen, un futuro.

Foto: Dave Hernández
Pese a que no hay ese tipo de garantías, existe un pequeño espacio blanco en todo este gris panorama.
Gusmán tuvo su momento como ayudante académico con una sección de jóvenes de entre 18 y veintitantos años de edad a su cargo, justamente en el instituto que lo albergó como alumno y trabajador.

Por su estatus de graduado con altos honores no tendría que optar bajo esta modalidad porque su entrada -en un contexto inexistente en la actualidad- debería ser en automático bajo formación, pero no le importó.

Él no ve con buenos ojos que un puesto esté disponible tras la salida de otro. Más que oportunidad piensa en una fuga de talento que va a hacer falta en todos los aspectos, y que simplemente quienes se marchan se retiran del juego porque están cansados de vivir mal. 

“¿Que tengo mente limitada y que quizás en el futuro me arrepentiré? Asumo el riesgo. Solo sé que no puedo ser tan egoísta, porque de mi mamá no he recibido ni un poquito de egoísmo y a su edad es cuando más puede llegar a necesitarme". ¿Que no me voy porque soy un miedoso? Puede ser, me quedo con mi miedo que no afecta a nadie”, indica tecleando unas cuantas palabras en su bitácora personal.

No descarta irse del país, quizás a México donde le llama la atención el aspecto cultural, aunque condicionando su salida a su progenitora junto a su brazo dentro del avión.

Su lema de vida mientras tanto en la Venezuela después del expresidente Hugo Chávez coincide con la canción del argentino Gustavo Cerati, esa que probablemente muchos tararearían de conocerla: Es mejor quedarse quieto/ pronto saldrá el sol/ y algún daño repondremos/ terco como soy / me quedo aquí.

jueves, 2 de abril de 2015
Publicado por: David Padilla g

Adopta a un Nicolás y edúcalo

Composición fotográfica propia
Hace algunos atardeceres tuve una acalorada discusión con una compañera de trabajo por un tema que de seguro más de uno habrá tenido durante su permanencia en Venezuela: la terrible situación económica y social. 

Su posición, válida e innegable, es que estamos en un panorama de supervivencia donde las funciones más básicas para las que fuimos preparados en la universidad -o donde se nos entrena durante la escuela- se las consume poco a poco la rutina de buscar papel sanitario entre varios supermercados o de analizar las bolsas del transeúnte a ver qué producto de la cesta básica consiguió e interrogarlo en media calle para ubicarlo. En fin, la crisis que padecemos y que el gobierno post-Hugo Chávez invalida a través de su hegemonía comunicacional.

Mi postura fue de enfrascarme en que cada pensamiento restante, cada esfuerzo remanente durante el tiempo que podamos estar en la patria de Bolívar, se enfoque en que nuestro trabajo no solo resalte por su calidad sino que tenga un efecto que agrupe a más personas. No basta con trabajar en individualismos, creer que somos el ejemplo moral para terminar despreciando al otro y así vivir en el país hasta que salgamos en un avión para volver únicamente a finiquitar algunos papeles y visitar a la familia que quedó atrás. 

Mucho antes, el detonante en todo este intercambio verbal fue un discurso del ungido por el Comandante Supremo, el señor Nicolás Maduro. Nuevamente la atención estaba en la manera en cómo destrozaba en minutos el diccionario y los manuales de estilo que tanto profesionales y estudiosos de la lengua castellana labraron y que docentes en todos los ámbitos intentan inculcar cada día a una nueva generación que trabajará en Venezuela. 

El peloteo terminó con un gol en contra de mi arquería: si tienes el grado académico y la preparación o al menos la lectura para pronunciarte en contra de lo que hace el señor Maduro, hazlo. No critiques.

Tras la discusión

El mensaje quedó claro. Probablemente no tengo la solvencia académica ni las credenciales para pronunciarme como los que sí deberían hacerlo. Tampoco poseo un cargo ni la experiencia que requeriría para hablar en el mismo nivel sin pasar escalones. Lo que sí llevo conmigo -y que pueden robar igual- es algo que me valida tanto como al vecino o al portero: mi cédula de identidad. 

El documento me acredita como venezolano, ciudadano de esta nación que se llama Venezuela y no Cubazuela como lo denigra en sus titulares el periódico El Nuevo País, pese a que mantiene el mote para criticar al gobierno pero termina manchando la marca que llevamos al nacer. 

En mi condición de ciudadano, de periodista, de ayudante académico en una universidad pública pido no seguir burlándose del señor que ostenta el cargo de presidente de la república. Esos videos donde señala en plural y femenino cualquier tipo de palabra, pese a que no corresponde, además de ser una descortesía para quien pedimos respeto por pensar distinto consume nuestra agenda en gastos innecesarios, y ya son muchas las cosas que hacemos para subsistir. 

Indiferentemente de cómo haya llegado al poder, sigue utilizando nuestro nombre oficial y eso nos afecta a todos. Difundir publicaciones en su contra, sin ser denuncias, es como ir a otra latitud en este mundo y hablar mal de nosotros, además de aceptar como normal los atropellos, las prohibiciones y los presos políticos, porque de eso poco difundimos. 

No pido sumisión porque en eso hemos caído sistemáticamente. Pido valores y educación, eso que este monstruo mediático construido en base a la figura de Hugo Chávez ha pisoteado junto a nuestras libertades y que se mantiene vigente por ese sector de individuos con ética que sigue alzando la cabeza para intentar no asfixiarse entre tanto monóxido ideológico.

La propuesta

Eduquemos entonces. Que nuestra propuesta sea no burlarnos de lo que dice el hombre que asegura representarnos sino enseñar cómo se debe decir correctamente y dejarle algo nuevo que probablemente no sepa ni se interesará en saber. La proposición es válida para todos los que asemejan su discurso. La intención es adoptar a un Nicolás y educarlo. El simple esfuerzo, pese a que cansa, motiva. Cambia la perspectiva y dejamos de ver a Venezuela con cara de “desgraciadamente esto es el que nos gobierna” por “esto es lo que queremos”. 

De ahí se van hilando comunicaciones, ideas y de repente redes y sentimientos que en este territorio deberíamos estar buscando tanto como el desodorante o  el papel sanitario.  

Este planteamiento de seguro caería en nuevas discusiones iguales o peores a la que tuve en la oficina. Luce descabellado, hasta absurdo, pero en una obra no se construye hasta que alguien tome el primer bloque y se acerque a la construcción. Profesores, compañeros, amigos y familiares se han marchado porque no han visto cómo desanudar el embrollo en el que estamos. Si por algún lado se comienza a destrabar todo, que sea cambiando la ignorancia por la educación.  
sábado, 21 de marzo de 2015
Publicado por: David Padilla g
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En la vía al aeropuerto

Foto: Traveler2006
Llegó el día. Los largos trámites para conseguir pasaje fuera de Venezuela, el tortuoso proceso para solicitar divisas y la irremediable medición que hay que hacer con bastante antelación para rendir ese racionamiento de dólares que dan para ir al exterior, él junto a su esposa lo tenían presente cuando se levantaron en la madrugada para ir al aeropuerto.

Iban a viajar. Había un sentimiento de paz con tan solo imaginar las cosas que se encontrarían en el supermercado, con dejar un rato el caos del día a día para cambiarlo por algunos días con esas sonrisas y esos abrazos de amigos y familiares que los esperaban con ansias desde el exilio en otro territorio.

El taxi fue puntual. A las 3.45 de la mañana los esperaba frente al edificio. Antes de abrir la reja hicieron un rápido conteo: llevaban unas tres o cuatro maletas y algunos bolsos de mano con regalos, enseres que ya imaginaban colocándolos arriba de su asiento en el avión. 

Él cargaba incluso su preciado cuatro, porque las parrandas venezolanas siempre son buenas con la gente que lleva el ritmo, sin importar en que parte del mundo se encuentra.  

El taxista logró meter con cierta dificultad los maletines en la popa de esa embarcación que hacía llamar auto.  Lo otro, que no era poco, consiguió acomodo en el asiento trasero. 

Foto: Carlos Maldonado
Eran las cuatro de la mañana. La conversación fluida y amigable que en la vía al terminal aéreo había surgido se detuvo al igual que el vehículo. El chofer se disculpó. Salió del automóvil y levantó el capó para solucionar lo más pronto posible la situación. 

En menos de diez minutos tres hombres de mediana edad divididos en dos motos pasaron. Encontraron la navidad en aquella chalana metálica. 

Desplegaron sus armas con la cordialidad de saludar a alguien por primera vez. Requisaron con delicadeza hasta hallar cámara, tabletas, relojes, dinero en efectivo y teléfonos inteligentes. Se despidieron deseando buen día y feliz viaje. 

Después de solucionar las fallas técnicas, los pasajeros llegaron a tiempo al aeropuerto para chequearse. Los pasaportes y algunos dólares se salvaron gracias a esa desconfianza existente que desde mucho antes del atraco, de llamar al taxi o de que comenzaran esos engorrosos procesos para conseguir pasaje y dólares comenzaran. 

La pregunta en ese momento de esta pareja fue la que muchos venezolanos nos hacemos: ¿nos vamos o nos quedamos?

Después de algunas lágrimas, de respirar profundo y de lamentar la pérdida de la dignidad y de uno que otro objeto material, partieron. 

Regresarían al desastre criollo, porque había un pasaje de vuelta, pero sabían que al menos por un instante, de algunos días que la burocracia les había permitido, serían felices junto a esas sonrisas que dejaron estas tierras tiempo atrás y con la que armarían una parranda pese a no contar ya con ningún instrumento para hacerlo. 
sábado, 7 de marzo de 2015
Publicado por: David Padilla g

Del taller sobre redacción en la Web y 6 elementos que nos deja (incluye presentación)

Fotografía: Versión Final
Hola, me llamo David y no sé hacer un selfie. Antes de que salgan las recomendaciones de que debo practicar en el espejo del baño y luego subirlas a Instagram, déjenme contar mi historia. 

Fui invitado por la gente del diario Versión Final para participar como blogger venezolano, a propósito del concurso que tienen justamente para evaluar a jóvenes de la región zuliana que tienen uno. 

El evento consistió en dos actividades: la primera con tres tandas de explicaciones ofrecidas por el siempre genial Luis Carlos Díaz, activista y Coordinador de Comunicaciones del Centro Gumilla.  La segunda comenzó conmigo hablando sobre redacción para -y en- la Web y continuó con un conversatorio donde Diana Fuenmayor y Jesús Urbina, ambos docentes en la Escuela de Comunicación Social de la Universidad del Zulia, hablaron sobre el lenguaje y la ética en las bitácoras. 

Al final se nos pidió que cada ponente se hiciera una autofoto junto a los participantes. Salí con las tablas en la cabeza y con sugerencias de cómo debía hacerlo.



Aun así, lo importante que más rescato del taller:

  1. Hay un público en el Zulia que ansía trabajar con los blogs. Se sigue viendo como una herramienta con infinidad de oportunidades y que se necesita ahora mismo en Venezuela como una ventana ante las puertas que se han cerrado por la hegemonía comunicacional del estado. 
  2. Muchos blogs o propuestas vienen como repositorios de pensamientos. El “¿Qué estás pensando?” que nos preguntaban en menos de 140 caracteres busca más desarrollo en Internet. 
  3. Sobró la interdisciplinaridad en las funciones: diseñadores gráficos aprendiendo programación, estudiantes de comunicación social intentando con el diseño, poetas que hacen de community manager o tienen sus propios proyectos y hasta seminarista buscando expresarse en Internet de forma independiente. 
  4. La música, el cine y la tecnología quieren destacar con herramientas gratuitas pero con imagen profesional. 
  5. Más de un asistente pidió a gritos que se repitiera una experiencia similar de aprendizaje sobre blogs. Más talleres revelando más herramientas. 
  6. Casi todos coincidieron en que hace falta volver a las reuniones de bloggers o al menos las de tuiteros con más función social que de habitantes de una ciudad tomándose fotos para sus arrobas.

Dejo material de mi ponencia que espero sea útil. Desde esta trinchera trabajaré para procesar todo ese enorme feedback recibido y transformarlo en talleres y experiencias que sirvan para otros en el futuro.

lunes, 23 de febrero de 2015
Publicado por: David Padilla g

5 reglas antes de trabajar freelance en Internet

Fotografía: Pascal Maramis
Si de algo ha servido la red de redes es para trabajar freelance, sin limitaciones de muchos tipos, un modelo que podría verse tergiversado según la óptica del contratante o del empleador. También ha funcionado para verter experiencias, como si un whisky pasara de un vaso a otro con la diferencia de que el nuevo se repotencia con el hielo (y quizás con un poco más de agua).

Por aquí publico las mías tras trabajar varios atardeceres entre blogs y sitios Web esperando que le sirva a más de una persona.

Regla 1: trabaja como si tuvieras la pistola en la sien

Una de las mayores ventajas y desventajas de trabajar desde el hogar o donde sea que haya una conexión medianamente aceptable es que tu uniforme es un short roído y tus herramientas una computadora y un acceso a un ancho de banda. Lo malo es que a pocos metros tienes un colchón y una serie de distracciones que van desde la señora que limpia hasta esas responsabilidades que habitualmente atiende quien se queda en casa.

Para curarte en salud, sé el mejor. Esto no se logra alternando el trabajo con una emisión de televisión o jugando Candy Crush en la tableta. De repente música y eventuales mensajes de texto te ayudan a concentrarte pero en lo que queda de tiempo la cama te llamará como la eterna amante furtiva.

Recuerda que Internet es tu templo. Google es tu pastor. A partir de ahí, nada te fallará.

Regla 2: registra todo

Bien sea por capturas de pantalla o por anotaciones puntuales en libreta, con hora y minutos en mano, el registro te ayuda a taparle la boca a quien se atreva a desafiar tu trabajo.

Desde Venezuela tenemos muchos retos para aceptar antes de ser un freelance: velocidad de conexión, cualquier cosa de índole político y hasta los infames cortes de electricidad. Todo esto se puede justificar no solo al registrar con precisión sino al mantener un compendio para realizar denuncias ante cualquier instancia, bien sea en el ámbito laboral o en instituciones gubernamentales.

Lo importante es tener constancia para rebatir cualquier argumento.

Regla 3: el trabajo no se fía. Nunca

Fotografía: Ed Yourdon
No creo ser el único que ha aprendido esto a los golpes. Dejar en concesión el trabajo significa confiar en una persona desconocida que en la mayoría de las veces puede dejarte sin un centavo en la cuenta tras varias horas de retina quemada en un monitor.

Sé el banco. Pide referencias. Arma toda la burocracia que te pediría una institución para abrir una cuenta o si el tiempo juega en tu contra, al menos asegura un porcentaje de pago final.  Muchas veces no es viable este escenario, por lo que toca condicionar la labor: dar muestras médicas al paciente hasta que dé señales de mejoría. Si no vale la pena, sé infame y deja morir esa relación.

He escuchado a personas trabajando en medios indicando que la primera experiencia freelance debería ser gratuita para después comenzar a cobrar. Si es así el camino, que el sendero sea propio y no de otro.

Regla 4: si hay que suplicar el servicio 2 veces, no vale la pena

Si vas a mendigar, que sea a los padres, a los tíos, a los hermanos o a los primos cercanos y no a los clientes.  Si hay que insistir para que “por favor recuerde el pago” o “está bien, le voy a bajar el precio para que comencemos”, déjalo ir. La explicación aquí es igual a cuando perdemos a una novia: hay muchos peces en el agua para desperdiciar la red en ese batracio.

Lo mismo aplica cuando tenemos que colocar en manos de tercero un servicio que no ofrecemos. Sí, la situación no está para ser tan selectivos pero de seguro podemos redirigir nuestros esfuerzos en algo mejor.

Regla 5: a la familia no se cede a resguardo el dinero

Puede que incluya este punto porque a mí me haya sucedido que entre tres primos se quedaron con el 50% de mis ganancias en dólares de un año  y hasta la fecha no ha retornado a mis manos, pero realmente ¿conocemos cómo manejan su dinero nuestros familiares?

En este aspecto pasa con lo mismo que los médicos a la hora de operar. Podemos interactuar, trabajar juntos pero el dinero no debería resguardarlo nunca este tipo de persona por una sencilla razón: siempre va a salir el lado sentimental. Si compartimos con ese familiar, va a llegar un momento en el que nos indica “¿gastaste en eso y no puedes invertir en esto?”. Pasamos mucho tiempo con ellos (o al contrario, poco tiempo) y va a surgir el elemento emocional.

Salvo contadas excepciones, ninguno puede guardarlo bien sin –mal- asesorarte. Así que para evitar posteriores confrontaciones que van a fastidiar las cenas navideñas, es preferible abrir por adelantado una cuenta en PayPal, recibir Gift Cards o buscar las cuentas en dólares en bancos nacionales. Todo por mantener lazos.
martes, 17 de febrero de 2015
Publicado por: David Padilla g

La danza de la lentitud de Internet en Venezuela

Fotografía: @avnVe
En el país suramericano la red de redes se baila con pesados zapatos a la espera de un buen ritmo

*Texto originalmente publicado en El Toque de RNW

“Se nos cayó Internet”, grita alguien en la oficina. Esos momentos imperceptibles en el que la conexión falla varios –de los precisos y necesarios- minutos, de repente se transforman en huecos enormes y puntuales sin el servicio, como el que ocurrió en Venezuela el 17 de enero de 2015.

De ahí la normalidad pasa a la adaptación. La velocidad, una de las más lentas entre un centenar de países en el mundo, disminuye, envejece de a poquito. Pasa primero en el espacio laboral donde los jefes y compañeros van sugiriendo cerrar la pestaña del navegador para racionar el flujo, como si se tratase del agua o de la electricidad, para después bloquear aplicaciones y sitios en la Web bajo la excusa de que hay que economizar el ancho de banda.

En Twitter comentan la lentitud progresiva, pese a las distintas sugerencias de reiniciar el modem o de golpearlo “por arriba” a ver si mágicamente se arregla como cuando  solucionábamos en el pasado la falta de señal en el televisor. La productividad entonces cae en el archiconocido plano de “no hay sistema” mientras la cuenta telefónica aumenta al refugiarse en el plan de datos.

Es un círculo, un baile con una maraña de cables interconectados que se basa en un estructura del estado cuyos beneficios anuales, provenientes de las ganancias por la prestación de esta tecnología, se repartieron en 2014 a otros ministerios y no se reinvirtieron para cubrir la demanda que hoy se vuelve más exigente ante más computadoras, tabletas, consolas de videojuegos e infaltables smartphones.

Todo esto en medio de una creciente ola que surfean jóvenes de entre 15 y 24 años de edad, que de acuerdo a la firma ComCore LATAM, representa al 40.6% de la audiencia online en la patria de Simón Bolívar.

Los nuevos rituales

“Ando de tienda en tienda a ver si me pego a Internet”, dice Juan Pablo Gil. Tiene 18 años. Pasea en un mall de la ciudad de Maracaibo con la Canaimita de su hermano Luis, uno de los equipos que el gobierno nacional le dio para las clases “pero que nunca usó porque no hay WiFi en el liceo”.
Pese a que Cantv, la compañía estadal de telecomunicaciones, ha colocado señales gratuitas en diferentes plazas y sitios públicos en buena parte de Venezuela, no ha querido utilizarlas por miedo a que lo atraquen en plena vía.

“A veces bajo juegos y series pero nunca me da la batería para que se descargue todo”, comenta a la par de que explica cómo cambió el sistema operativo de software libre a “pirateado” para poder trabajar más cómodo.

Una vecina suya, Katherine, de veintitantos atardeceres, tiene un ritual distinto. “Yo cierro la puerta del cuarto –anteriormente había señalado que vive en una residencia estudiantil- y pongo todo lo que voy a ver en el navegador, en la laptop (…) me voy a bañar y vuelvo a ver si ya todo abrió. Me da tiempo hasta de secarme el pelo”, dice entre risas, repitiendo el ritual tantas veces como sea necesario regresar al baño.

La versión oficial

Fotografía: @avnve
Venezuela cuenta con dos satélites en el espacio exterior, cientos de puntos gratuitos de WiFi y hasta ancho de banda compartido vía cable marítimo con Cuba, pero tiene una de las velocidades de conexión -así como de conectividad- más bajas de América Latina.

Pese a esto, el ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación y también presidente de Cantv, Manuel Fernández se muestra optimista: “para el 2020 cualquier persona en cualquier punto de Venezuela, en cualquier hora o minuto que necesite y desde cualquier dispositivo que tenga a la mano debe poder acceder a los servicios de telecomunicaciones”.

Basa su comentario en el Plan Nacional de telecomunicaciones, tecnologías de información y servicios postales 2014-2019, un documento –no disponible todavía para su consulta pública- que va cónsono con el Plan de la Patria, ese lineamiento discursivo que marcará el rumbo económico y social del país hasta el fin del mandato presidencial en esta década.

Los sectores clave para mejorar, mediante estrategias de contenido, aplicaciones, infraestructura y conocimiento, son once aunque destaca el de administración pública nacional porque se ve como el primer paso para destrancar y solucionar en otros niveles donde repercute el acceso y finalmente, en la celeridad de la red de redes.

“Haremos todo lo que haya que hacer desde el punto de vista de las políticas del Estado y de las acciones concretas en el área de infraestructura, en el área de las aplicaciones sobre la misma, en la de los contenidos que se intercambian a través de esas aplicaciones y con el conocimiento de todas las áreas necesarias, tanto como usuario como de desarrolladores, para que sea posible ese sueño”, aseguró en marzo de 2014 el titular de la cartera de ciencia y tecnología.

En la espera se mantiene la danza oficial, ese rito de bailar desconectando y volviendo a conectar el modem y de cargar esos pesados zapatos de velocidad a la espera de un agitado pero buen ritmo de Internet.
domingo, 15 de febrero de 2015
Publicado por: David Padilla g

Venezuela: subsidio, inflación y sobrevivencia


Ante uno de los mayores índices inflacionarios en América Latina, los venezolanos buscamos protección en ropa y electrodomésticos subsidiados por el estado
miércoles, 11 de febrero de 2015
Publicado por: David Padilla g
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El vándalo confeso

Imagen: Bansky
Le pedí a un estudiante universitario, en sus agitados veintidós años, que me contara su vida. Comparto intacta su historia con excepción de algunos datos para resguardar su identidad. Aunque parece cortada al final realmente así la relató: 
viernes, 6 de febrero de 2015
Publicado por: David Padilla g

5 errores comunes al comenzar a redactar un texto


No importa si se abre una hoja de Word o simplemente se toma un lápiz y se comienza a escribir en el cartón del cuaderno. Al momento de redactar surgen algunos errores que podrían convertirse en vicios más adelante y es preferible detenerlos para mejorar el trabajo a quienes decidan leernos.

De los elementos comunes que he tomado de entre mis estudiantes y que yo mismo he notado en mis textos son los siguientes:

Organización de ideas

Quizás el primer y más importante paso en esta escalera sea la organización de las ideas.  Desde antes de sentarnos a escribir debemos estar claros en el objetivo del texto: ¿A quién va dirigido? ¿Dónde se va a leer/publicar? ¿Cuál será el mejor lenguaje a utilizar? 

Definidas esas preguntas viene la estructura, saber racionar el contenido al principio, en el medio y al final. Indiferentemente del estilo y de la intención que se elija al momento de presentar una historia las tres primeras líneas deben ser tan importantes como las tres últimas. 

El mejor ejemplo para ello es la inolvidable introducción de Gabriel García Márquez en su libro 100 años de soledad: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. 

Anclaje

El anclaje va comprometido con la organización de las ideas. Si se está claro en lo que se quiere comunicar en el texto y cómo se quiere hacer, no existe problema de este tipo, que no es más que la falta de premura al presentar el tópico o idea principal.

Una mejor visualización sería que se hable de lo que aparece en el título al final del texto cuando debe estar como máximo en el segundo párrafo. Por ejemplo, titulamos sobre el refresco y sus efectos, en el texto explicamos un caso en particular pero no presentamos la bebida hasta el final. Un error muy común sobre todo en textos periodísticos de novatos.

Palabras repetidas

Suele sucedernos a todos los mortales que no estamos acostumbrados a leer, por distintas razones, como Dios y la Real Academia Española demanda. Un par de palabras repetidas así como el uso reiterativo de verbos que provengan de la misma raíz en el mismo texto significa pobreza del lenguaje, un elemento imperdonable en la escritura. 

En los casos estudiantiles he visto que se corrige con una segunda lectura a lo que se escribe. Si los tiempos lo permiten, engavetar por minutos lo que estamos redactando y retomarlo más tarde ayuda a darle otra perspectiva y mejorarlo tras una nueva revisión.

Signos de puntuación 

No es lo mismo decir “Perdón, imposible” a “Perdón imposible”. La falta o ausencia de signos de puntuación, como la coma, el punto, punto y aparte, los dos puntos, los puntos suspensivos, entre otros, pueden marcar una diferencia considerable en las palabras, en las frases, en los párrafos y en el texto en general. 

Uno de los errores comunes es no recurrir a un punto y aparte y subordinar todo a comas o a punto y coma. Seguiríamos teniendo una misma frase tan extensa que pese a llamarla párrafo se nos comería la intencionalidad y la fluidez de la lectura.

El, abuso, de, los, signos, de, puntuación, también, puede, entorpecer, a, la, vista.

Acentuación

Las fallas en acentuación es lo más común de todo. Chicas que escriben su nombre como Maria en lugar de María (sin denotar la diferencia sonora) ya tienen problemas de entrada. Este punto se posiciona en esta lista porque definitivamente una mínima lectura a periódicos ya nos ayuda a delimitar los acentos para los verbos en pasado y hasta la ausencia en monosílabos.

Lo bueno es que una buena cantidad de práctica, tanto en revisión de libros, revistas y hasta de recursos en Internet, nos permite solucionar esto en el menor tiempo posible (aunque lo ideal sería aprenderse de memoria las reglas, como si de tablas de matemática se tratase).

Publicado originalmente en TallerLUZ


Fotografía: Estudiacurso
miércoles, 4 de febrero de 2015
Publicado por: David Padilla g

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