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Publicado por: David Padilla g
domingo, 9 de agosto de 2015
Foto propia (2015) |
Voy terminando una de las primeras prácticas de la sección de la noche de Taller de Redacción y Estilo Periodístico en la Escuela de Comunicación Social de la Universidad del Zulia. La actividad consiste en redactar en viejas computadoras Pentium III (algunos con monitores famosos por allá en 1993), imprimir y retirarse, tras darles una pequeña charla personalizada sobre qué esperar luego.
Un grupo de estudiantes se queda conversando bajo la excusa de esperar a otros compañeros para marcharse juntos y esquivar así posibles atracos en el camino. Una, con rasgos que una abuela identificaría como “árabe”, me comenta lo difícil que le ha sido no solo asistir a estas clases sino a las de los periodos anteriores.
Habla con detalles y sin inhibiciones sobre cómo le quedó la misma materia con otra profesora en un horario matutino, de la dificultad de llevarle el paso y de la actitud de ella hacia su aprendiz. Asistió solo a las primeras clases y luego dejo de ir al calcular las notas que llevaba y las que le hacía falta.
-Y bueno, finalmente me raspó. Uno necesita un profesor como usted, que le explique y entienda bien.
Le agradezco el halago y le indico que he obviado algunos detalles que un estudiante en una escala universitaria ya debería haber superado (como errores ortográficos y acentuación) aunque reitero la promesa de olvidar esas concesiones en las últimas prácticas porque definitivamente debía ser así.
Ella escucha en silencio y analiza muy bien antes de responder. Piensa cada palabra como si barriera con la mirada el enunciado de un problema en un libro de matemáticas. Sus compañeros se aglutinan a su alrededor esperando su réplica, incluso aquellos a los que esperaban para marcharse.
Frunce el entrecejo y traga saliva antes de abrir la boca, tocarse el cabello a la altura de las orejas y concluir la conversación con un: “ajá profe, ¿pero al final con la nota que tengo paso? Porque no la quiero volver a ver…”.
Me le quedo mirando y le abro la puerta. Me paro a un lado y le hago el gesto de que siga avanzando. Ya no había nada más que agregar.