Archive for octubre 2014

Tus medicamentos en mi Twitter

Foto: Reporters
Sus ojos se abrieron tempestivamente mientras estaba en su cama. Ese dolor atenuado que había estado ignorando en su pecho por semanas le pasó factura de golpe, aquella madrugada. Toda la familia se activó entonces para llevar a esta señora de cincuenta y tantos atardeceres hasta la emergencia de una clínica que su seguro podía cubrir.


Después de pasar el susto vinieron las explicaciones: aquel medicamento que tenía que tomar tres veces al día lo había reducido, sin comentarlo a su médico tratante,  a una dosis en la mañana o antes de dormir porque no se conseguía y no tenía sustitutos.  

Fue este el momento en el que Desyree, su hija de 22 años, comenta que despertó en la realidad venezolana. “Me puse a buscar con mi primo la medicina en toda Maracaibo. Él después ni apagaba el carro porque medio nos asomábamos y ya nos decían que eso tenía rato sin venir”, comenta. 

Allí comenzó su travesía. Descargó en su teléfono inteligente varias aplicaciones de farmacias para chequear día a día la disponibilidad del producto a la par de que preguntaba a amigos o compañeros de estudio en la universidad.

“Todos entendieron mi desespero y se ofrecían incluso a gestionar trámites para ir a Colombia para comprar allá pero realmente no tenía el dinero”. Entre tanto recorrido, fue alguien en una cola que le sugirió que escribiera en Twitter específicamente el medicamento que necesitara utilizando el hashtag o etiqueta #DonaTusMedicamentos.

Tuiteó varias veces, noches y días. Perdía las esperanzas hasta que alguien finalmente le respondió. “Me dijo que la siguiera para enviarme un DM (mensaje directo) y me explicó que tenía varias cajas disponibles”, recuerda. La donación venía de una señora que se iba junto a su familia del país y que definitivamente no quería que se perdiera aquel fármaco.

Asegura que “fue todo un rollo que me lo pudiese enviar desde Valencia (al centro del país)”, porque los servicios de encomienda no aceptaban ese tipo de mercancía. “Tuvo que meterlo en un paquete con varios vasos, superpesadísima la vaina  (…) al final nos dieron tres o cuatro meses de pastillas y mi mamá pudo tomárselas como debía ser, tres veces al día”.

HASHTAG SOLIDARIO 

Después del tempestivo despertar que tuvo su mamá, Desyree siguió buscando el medicamento porque sabía que en algún momento esos tres o cuatro meses que literalmente le habían dado de vida a su mamá se terminarían.

“Yo nada más pensaba en cuando se acabaran pero sabía que un favor se paga con favor”. Dentro de esta realidad, decidió pasar de la banca al juego dentro del panorama venezolano. 

“Fui viendo que había mucha gente pidiendo medicamentos que mi mamá o mis tíos ya no usaban y que podía ayudarlos”, indica al tiempo que revela su estrategia para entonces: donar y averiguar quién más tenía lo que ella necesitaba.

La respuesta fue de gente agradecida que devolvió el gesto ubicando a quienes tenían las pastillas requeridas. “Fue allí que supe de personas que se dedican a ubicar medicinas, tomarles fotos y colocarles la etiqueta #DonaTusMedicamentos de los que simplemente no tienen Twitter”, comenta. 

Descubrió también que dos personas estudiaban dentro de su universidad y los citó. “Me comentaron casos increíbles como el de un señor que pagó el pasaje de bus para que le llevara la medicina a su apartamento en Barquisimeto y allá brindó hasta una caja de cerveza para dar las gracias”, dice entre risas. 

Desde ese momento mantuvieron contacto vía celular y se adjuntaron a un grupo de WhatsApp de unas quince personas donde se ponen de acuerdo, con pautas semanales o mensuales, sobre cómo ubicar a la gente, pedirles fármacos delicados, poco comunes o con “nombres extraños”, revisarles la fecha de caducidad y buscar a quienes lo necesitan. 

“Ha sido un trabajo de hormiguita –refiere- porque la gente te mira como raro si le pides pastillas o medicamentos así, pero cuando les explicas entienden la razón y se solidarizan”. 

Desyree asegura que muchas veces no ha hecho falta llevar la información a la Web sino evangelizar en el mundo digital. “Hay muchos que tienen Twitter pero no saben de la etiqueta (…) yo les explico, les digo a quién mencionar o cómo publicar y aunque no se los mencione, les pido el usuario para después revisar si tuitearon y hacerles retweet”.

No cree en llevar su acción a más allá de lo que hace. Quiere seguir conectando personas solidarias con las necesidades pero sobre todo, que nadie más pase por el susto que pasó con su mamá, aquella noche en la que abrió tempestivamente los ojos en su cama. “No se lo deseo a nadie”, resume sin perder la sonrisa. 

sábado, 18 de octubre de 2014
Publicado por: David Padilla g

El objeto de deseo

Foto: Álvaro Fernández
Son las dos, casi tres, de la tarde. En un local de comida rápida espero sentado justo frente al mostrador. La chica toma los pedidos, los clasifica, los envuelve y los entrega con la mayor parsimonia posible. El punto de mayor expectación es quizás cuando toma la factura y recita por micrófono el nombre del cliente.

Entre tantos asistentes al rincón de su sitio de trabajo, se asoma un hombre en sus treinta y tantos, alto, de camisa de rayas, con prominente barriga, conversando efusivamente a través de un teléfono celular de última generación.

Sin despegar el oído del aparato, escucha su llamado en el altoparlante. Se acerca, sin aún colgar, y con una mirada y extendiendo el ticket de caja confirma que es su orden la que se encuentra sobre la bandeja en el mostrador.

Cuando finalmente toma la comida, se desprende de aquella maravilla tecnológica y la deja justo sobre el frío y grasiento muro de mármol que ha visto pasar tantas arepas y patacones. Allí queda. El hombre agradece y se retira sin percatarse de que ha dejado el teléfono botado.

Le llamo la atención pero me ignora. Se sienta y engulle con el mayor desespero un pan con abundante pernil y queso. Me levanto, con el fastidio de como si me estuviesen botando de una mesa que van a limpiar, tomo el Smartphone y se lo llevo hasta donde está.

“Grrrcias pnnna”, le llegué a entender mientras estiraba los antebrazos para recibir el equipo, aparentemente para no ensuciarlo con las manos llenas de salsa y especias.

Vuelvo a mi silla. Justo en la misma línea, en la espera a que la chica mencione el nombre, se encuentra una señora de unos cincuenta años, pelo canoso y de piel trigueña. Me mira incrédula. Estira su mano y me toca el hombro.

-Señor, usted que es honrado pero siendo yo me quedo con el teléfono.

Le sonrío, entre la incomodidad del comentario, dando apoyo a su propuesta. No he terminado de colocar los labios en su posición original cuando un caballero en sus veintitantos termina de botar en la papelera el contenido de su bandeja y se me acerca.

-¡Chaamo, te hubieses quedado con su iPhone para que no sea tan pendejo!

Afortunadamente no me da oportunidad de responderle. Escucho que me llaman y me levanto con rapidez. Extiendo mi factura y la chica pro-lentitud me regala una sonrisa obligada, como la que le di a la señora con su consejo.

Le agradezco y tomo mi paquete. Antes de marcharme echo una mirada a quien había olvidado su aparato. Allí estaba haciendo trizas el pan de quince centímetros con aquel objeto de deseo lejos de su bandeja, ignorado al otro extremo de su mesa.
miércoles, 8 de octubre de 2014
Publicado por: David Padilla g
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