Publicado por: David Padilla g sábado, 18 de octubre de 2014

Foto: Reporters
Sus ojos se abrieron tempestivamente mientras estaba en su cama. Ese dolor atenuado que había estado ignorando en su pecho por semanas le pasó factura de golpe, aquella madrugada. Toda la familia se activó entonces para llevar a esta señora de cincuenta y tantos atardeceres hasta la emergencia de una clínica que su seguro podía cubrir.


Después de pasar el susto vinieron las explicaciones: aquel medicamento que tenía que tomar tres veces al día lo había reducido, sin comentarlo a su médico tratante,  a una dosis en la mañana o antes de dormir porque no se conseguía y no tenía sustitutos.  

Fue este el momento en el que Desyree, su hija de 22 años, comenta que despertó en la realidad venezolana. “Me puse a buscar con mi primo la medicina en toda Maracaibo. Él después ni apagaba el carro porque medio nos asomábamos y ya nos decían que eso tenía rato sin venir”, comenta. 

Allí comenzó su travesía. Descargó en su teléfono inteligente varias aplicaciones de farmacias para chequear día a día la disponibilidad del producto a la par de que preguntaba a amigos o compañeros de estudio en la universidad.

“Todos entendieron mi desespero y se ofrecían incluso a gestionar trámites para ir a Colombia para comprar allá pero realmente no tenía el dinero”. Entre tanto recorrido, fue alguien en una cola que le sugirió que escribiera en Twitter específicamente el medicamento que necesitara utilizando el hashtag o etiqueta #DonaTusMedicamentos.

Tuiteó varias veces, noches y días. Perdía las esperanzas hasta que alguien finalmente le respondió. “Me dijo que la siguiera para enviarme un DM (mensaje directo) y me explicó que tenía varias cajas disponibles”, recuerda. La donación venía de una señora que se iba junto a su familia del país y que definitivamente no quería que se perdiera aquel fármaco.

Asegura que “fue todo un rollo que me lo pudiese enviar desde Valencia (al centro del país)”, porque los servicios de encomienda no aceptaban ese tipo de mercancía. “Tuvo que meterlo en un paquete con varios vasos, superpesadísima la vaina  (…) al final nos dieron tres o cuatro meses de pastillas y mi mamá pudo tomárselas como debía ser, tres veces al día”.

HASHTAG SOLIDARIO 

Después del tempestivo despertar que tuvo su mamá, Desyree siguió buscando el medicamento porque sabía que en algún momento esos tres o cuatro meses que literalmente le habían dado de vida a su mamá se terminarían.

“Yo nada más pensaba en cuando se acabaran pero sabía que un favor se paga con favor”. Dentro de esta realidad, decidió pasar de la banca al juego dentro del panorama venezolano. 

“Fui viendo que había mucha gente pidiendo medicamentos que mi mamá o mis tíos ya no usaban y que podía ayudarlos”, indica al tiempo que revela su estrategia para entonces: donar y averiguar quién más tenía lo que ella necesitaba.

La respuesta fue de gente agradecida que devolvió el gesto ubicando a quienes tenían las pastillas requeridas. “Fue allí que supe de personas que se dedican a ubicar medicinas, tomarles fotos y colocarles la etiqueta #DonaTusMedicamentos de los que simplemente no tienen Twitter”, comenta. 

Descubrió también que dos personas estudiaban dentro de su universidad y los citó. “Me comentaron casos increíbles como el de un señor que pagó el pasaje de bus para que le llevara la medicina a su apartamento en Barquisimeto y allá brindó hasta una caja de cerveza para dar las gracias”, dice entre risas. 

Desde ese momento mantuvieron contacto vía celular y se adjuntaron a un grupo de WhatsApp de unas quince personas donde se ponen de acuerdo, con pautas semanales o mensuales, sobre cómo ubicar a la gente, pedirles fármacos delicados, poco comunes o con “nombres extraños”, revisarles la fecha de caducidad y buscar a quienes lo necesitan. 

“Ha sido un trabajo de hormiguita –refiere- porque la gente te mira como raro si le pides pastillas o medicamentos así, pero cuando les explicas entienden la razón y se solidarizan”. 

Desyree asegura que muchas veces no ha hecho falta llevar la información a la Web sino evangelizar en el mundo digital. “Hay muchos que tienen Twitter pero no saben de la etiqueta (…) yo les explico, les digo a quién mencionar o cómo publicar y aunque no se los mencione, les pido el usuario para después revisar si tuitearon y hacerles retweet”.

No cree en llevar su acción a más allá de lo que hace. Quiere seguir conectando personas solidarias con las necesidades pero sobre todo, que nadie más pase por el susto que pasó con su mamá, aquella noche en la que abrió tempestivamente los ojos en su cama. “No se lo deseo a nadie”, resume sin perder la sonrisa. 

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