Archive for julio 2014

Mientras no hay luz

       

“Se fue la luz”, indica entre la obviedad la doña del apartamentoEn esta oportunidadlas dos de las cuatro horas a la semana del sistema de racionamiento que impone Corpoelec toca entre las 9 y 11 de la noche, o al menos ese es el tiempo que se estima.

En automático se enciende ese protocolo que se ha creado silenciosamente, de forma progresiva ante las repeticiones, donde cada miembro de la familia se alinea para ir a ese punto en el que se ha convertido la terraza, refugio ante el sofocante calor.


“Te asomas por aquí (señala la ventana del estudio) y ves como este otro sector está con luz”, dice Juan, el hijo mayor de la familia. Vive con su mamá,  hermana, hermano y su abuela.


Desde que reiniciaron los ciclos del llamado “Plan de restricción del servicio” (antes denominado “Plan Nacional de Administración de Carga”) siempre les había tocado en momentos donde todos estaban en clases o trabajaban, pero en los últimos meses se han acentuado las interrupciones en horarios donde todos confluyen en la vivienda.  


En su kit de emergencia se incluye una pequeña linterna que compró en el supermercado y un Nintendo 3DS. Comenta cómo en su casa al principio hablaban entre ellos. “Pero ya sólo nos limitamos a esperar (…) mi hermanito sabe que lo primero que debe hacer es agarrar el celular y tuitear”, indica.


A su juicio, una de las prácticas que le dejó los eventos de febrero de 2014 fue reportar en la red social con hora y lugar para que quede reflejada la denuncia, en este caso con el hashtag

 #Sinluz.


“Mi mamá le tenía como miedo a su celular pero con el tiempo libre le ha dado por aprender todo eso”, dice mientras guarda con cuidado lo que considera su arma de protesta: su teléfono inteligente.


Juego a oscuras


Beatriz (o Betty, como le gusta a la mamá de Juan que le llamen)  después de aprender a usar Twitter y Facebook a través de su celular, dice que se olvidó de los canales de televisión que usualmente veía. “Cuando vienen los apagones es que más reviso todo esto”,señala.


Desde que el servicio comenzó a fallar de noche, bajaba los doce pisos del edificio para compartir con los vecinos. “Allí fue que me enteré de que juegan dominó cada vez que se va la luz y hasta un torneo tienen armado con la torre B (el edificio hermano dentro del conjunto residencial)”.

En el salón de festejos de la vivienda se consiguen pocas personas para la cantidad de cerveza que hay. Se mantienen frías, según destaca Betty, porque la nevera de la conserjería escarcha (mantiene el hielo adherido a sus paredes) y pasan horas antes de que se descongele.


El conserje, con remarcado acento colombiano, lo confirma: “Si el apagón cae un jueves o viernes, aquí amanecen bebiendo y jugando incluso después de que regrese la luz”.

Pese a no jugar, Betty asegura que gracias a esta situación pudo ver tanto a opositores como oficialistas contando bajo una cerveza light bien fría y “trancando” la partida, cómo les molesta lo que se vive en el país.


“Yo trataba de mantenerme calladita pero siempre salía el tema de la escasez de cualquier vaina y hablaba. Por lo menos no era la única”, afirma.


Dejó de asomarse a la actividad comunal cuando su mamá no la acompañó más. “Ella ya no quería bajar las escaleras y yo no la iba a dejar sola arriba”. Las actividades entonces se mantienen en casa con abanico teléfono en mano.    


Al preguntársele sobre alguna reflexión de todo lo que ha visto, no lo piensa mucho porque las interrupciones de electricidad le han dado –en apariencia- la oportunidad de construir la respuesta: “El estado, con la ley del trabajo, nos da dos días continuos de descanso que por alta inflación no puede ser más que en la casa (…) pero llegas y no hay luz y tampoco agua porque además de que está racionada la bomba enciende solamente con electricidad. Ya casi que va a ser insufrible hasta respirar”.

La bombilla se enciende tras dos horas, anunciando que se acabó el racionamiento, al menos por ese día. La misma fila que llevó a Juan y a Betty junto a su familia a la terraza los lleva a sus camas. El último que queda, que decidió rezagarse o simplemente fue al baño, le toca apagar la luz y dormir.


Crédito imágenes: propias (2014)

domingo, 27 de julio de 2014
Publicado por: David Padilla g

A la orden en Canadá


         


“Dale durito que cuesta que cierre”, dice al subirme al taxi. Al tercer intento finalmente cuadró la puerta con el amasijo metálico al que llama carro. Confirmo mi nombre y el destino. Él me responde con un “véngase pues”.

Lo detallo en varias miradas. Pasa los treinta años pero no se aleja del número redondo. Su barriga, recubierta con una camiseta de La Vinotinto, es presionada con cierta dificultad por el cinturón de seguridad. Ajusta el retrovisor antes de acelerar y llevarme a mi destino.
“Estudias en el Cevaz?”, pregunta con toda la amabilidad sobre mi asistencia al instituto de enseñanza de inglés. Le cuento que estoy a punto de finalizar todos los niveles exigidos, le cuento sobre mi trabajo y para qué hago el curso. Coincidimos en política. Se siente minutos más tarde lo suficientemente cómodo para contarme que DEBE (lo resalta como si fuese en mayúsculas varias veces durante la breve conversación) estudiar el idioma. Su propia insistencia terminó revelando parte de su vida.
Cuenta cómo tiene dos hijos y quiere un tercero, está casado y arrimado en la casa de su suegra desde hace siete años. Es ingeniero en telecomunicaciones, licenciado en educación especial y magíster en educación.  Trabaja como chofer de taxi para sobrevivir ahora pero ya hizo las diligencias para partir a Canadá en menos de 10 meses.
“Como aquí (en Venezuela) no hay embajada, envié unos papeles pero tuve que ir hasta México (…) unos amigos me tuvieron que ayudar”, me comenta.
Atraviesa con una envidiable habilidad cuanto obstáculo vial se consigue y llega sin problemas al centro de educación. Le digo que me puede dejar cerca y no en el lugar ante la cola que se arma. Me comenta que no le importa porque justamente va a recoger a su hijo de catorce años en el lugar que sirve de destino.
“Salí pues”, le dice a modo de reprimenda al retoño por una llamada telefónica.  Un chico desgarbado con cabello calculadamente desordenado se asoma, se quita con desgana el morral y espera que me baje para montarse fastidiado.
“Es que no le gusta el inglés”, dice el conductor al ver la actitud del adolescente.  Me aparto no sin antes devolver la mirada ante el llamado del taxi del que me acabo de bajar. El ingeniero-licenciado había bajado el vidrio y hacía gestos y silbidos para conseguir mi atención con el hijo pegado lo más posible a la cabecera de su asiento.
“Estamos a la orden en Canadá,  brother”, comenta mientras se despide y arranca. El vigilante en la entrada da el paso, sonríe y comenta "oh, y está cerca pues".
miércoles, 23 de julio de 2014
Publicado por: David Padilla g

Mis hijos bajo mi techo

Foto: Propia (2007)
“Muertos o graduados, esa es la única manera de que salgan los hijos de mi casa” resalta Carlos manejando su taxi. Debajo de aquel pálido cielo, suena en su radio un vallenato mientras transporta un pasajero desde la Terminal Terrestre hasta el posgrado de una reconocida universidad del occidente venezolano.

Publicado originalmente en El Toque, de RNW

Es un hombre que destaca, con orgullo, que ha llegado a sus sesenta y cinco años sin deberle nada a nadie y que lo que gana cada día a bordo de un vehículo sin aire acondicionado se lo dedica a tiempo completo a su descendencia.

El retoño mayor, de treinta y tantos atardeceres, quiso una vez independizarse, seguir adelante junto a su novia y vivir en una archiconocida situación de hacinamiento con la suegra, subsistiendo en base a lo que ganaba trabajando en una carnicería.

“Cuando mi mujer me dijo eso, yo lo agarré, lo senté y le dije que si no se iba a graduar de lo que fuese hasta de un politécnico, de la casa no se movía”, comenta el taxista mientras hace ademanes al auto de delante para que termine de cruzar en pleno embotellamiento vial.

De acuerdo a su historia, el primogénito desvió su camino como cortador de carnes gracias a él, para convertirse en taxista como su padre. “Comenzó en varios centros comerciales, pero allá no podía pagar el diario (la renta que diariamente cancela al dueño de un carro para que lo trabaje como taxi). Entonces yo me lo traje para acá, para el terminal y le fue `miamorcontequiero”, comenta.

Luego de conseguirle un cupo dentro del mismo espacio donde trabaja, logró pagar la inicial de una unidad propia. Nunca se fue de la casa porque Carlos le ofreció parte de su terreno para construir. “Ahí va dándole, echándole pichón”, dice con cierta dificultad mientras rechina el volante al cruzar a la izquierda.

Como un burro de ocho a seis

Carlos dice que a su hija “no le ha pedido nada y ha dado la talla”. “Se graduó con honores y, allí la ves, trabajando como un burro de ocho a seis”, añade.  Las arrugas se repliegan ante el brillo en sus ojos. No hay cansancio en su mirada cuando habla de su hija, la segunda en la sucesión pero –aparentemente- la primera dentro de su corazón.

Se casó con un ingeniero y ambos trabajan en la principal compañía petrolera del estado venezolano. En la pared de la cocina-sala de sus padres, el título universitario de contadora quedó colgado junto a una versión del cuadro de La Última Cena.

“Ella le consiguió a su mamá una pensión. Conmigo quiso hacerlo, pero yo le dije tajantemente que no, que vivo con mi diario, aunque varias veces me ha sacado las patas del barro” afirma. Cruza por la principal avenida comercial y se consigue una gigantesca cola.

Solos al final
El menor de los hijos de Carlos tiene 21 años. “En la mañana la mamá (su esposa) le hace huevos, caraotas y friticas (plátano maduro frito) y le echa queso. Carajo, se va bien resuelto para la universidad”. Comenta cómo le da de lunes a sábado 200 Bolívares.

“Y se gasta 4 nada más, porque usa transporte público y el agua se la lleva siempre de la casa”. Las verdaderas razones las revela más adelante, casi llegando al posgrado a donde llevaría al pasajero: con su mesada paga los estudios de su novia, además de gastos como libros, útiles y hasta cine.

Un día el benjamín de la familia le comentó al taxista que quería llevar a vivir a su pareja dentro de su ya poblada vivienda para eventualmente convertirla en su esposa. “Yo le dije a mi mujer que al final íbamos a estar solos y ellos son los que nos van a enterrar. Lo entendió y allí están, acompañándonos”.

Reconoce que en algún momento la situación debe cambiar, pero no va a ser él quien marque la diferencia. Simplemente quiere disfrutar de sus hijos, de su esposa y, algún día, hasta de sus nietos mientras todavía respira y pueda trabajar día a día.

Llega al posgrado, el destino final. Cobra sesenta bolívares por el trayecto y detalla al pasajero. No pasa de 30 años. Antes de marcharse se ajusta el cinturón de seguridad. Sonríe, abre la boca y a modo de bendición de un padre comenta sus últimas palabras antes de acelerar: “Estudie mijo, estudie. Vaya y eche pa lante”.
lunes, 14 de julio de 2014
Publicado por: David Padilla g

La restricción suena en la gaita al tono del reggaetón

Imagen: Runrun.es
En mayo de 2014 el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) de Venezuela exhortó a la Comisión Nacional de Telecomunicaciones (Conatel) a la revisión de las letras de todas las canciones de reggaetón para evitar su atentado contra el desarrollo de los niños y adolescentes.
"Corresponde a Conatel, (...) determinar si la letra de las canciones transmitidas es de contenido apto para todo usuario o deben ser transmitidas en un horario restringido", se lee en el dictamen.
Quizás el punto disonante en toda esta melodía es el hecho de que este tipo de música no sea el único bajo la lupa de examinación del organismo. Justamente por sus contenidos, la salsa, el tradicional joropo y sobre todo, la gaita, a la larga pueden caer bajo el brazo del estado que se ha relacionado en tiempos recientes a la censura en radio y TV.
El género que nació en el occidente del país, en el estado Zulia, siempre ha incluido cantos al amor y a figuras religiosas pero también ha estado dedicada a la denuncia y al escenario político. 
De acuerdo a la periodista y promotora cultural Moraima Gutiérrez, pese a que la normativa no especifica, dado el historial comunicacional en nuestro país el simple anuncio afecta la cadena de producción de contenidos desde el aspecto creativo hasta la difusión. 
“El compositor se autocensura. Deja de desarrollar ideas relacionadas con el aspecto contestatario, de reclamo, de protesta, sabiendo que el jefe de producción o el director de una radio no va a arriesgarse a incluir su composición en la parrilla de programación por temor a ser sancionado o recibir llamados de atención por parte de Conatel”, dice. 
Menciona como caso una gaita que dejó de difundirse durante uno de los tres mandatos de Hugo Chávez Frías y cuyo título se relacionaba con el nombre de su entonces naciente programa, Aló Presidente. 
Solo soy un mensajero
Imagen: Bancaynegocios.com
“Madre mía si el gobierno no ayuda al pueblo zuliano,  tendréis que meter la mano y mandarlo pa'l infierno”.
De acuerdo a Moraima Gutiérrez, la única gaita protesta que se sigue difundiendo al paso del tiempo es La Grey Zuliana,  composición del llamado “Monumental de la gaita”, Ricardo Aguirre. 
“Originalmente surgió como un canto devocional a la Virgen del Chiquinquirá pero en su letra hace un reclamo a los gobernantes sobre las condiciones en que para aquel momento se encontraba algunos sectores del estado (…) Hoy por hoy se considera el segundo himno de los gaiteros y el segundo himno del Zulia”, comenta. 
Es la única gaita de protesta que independiente de quien esté gobernando se sigue difundiendo a través de todos los medios de comunicación de corte audiovisual. No todas tienen el mismo destino. 
Las letras de “Aló Presidente” tuvieron una fuerte repercusión mediática. De acuerdo a Gutiérrez, fue poco el tiempo que estuvo al aire tanto en radio como televisión.
“Qué quiere hacer con nosotros respóndanos Presidente. Todos estamos calientes, nos está volviendo locos. ¡Ay Dios que calamidad, el país no vale medio! Peor ha sido el remedio que la misma enfermedad. Aló, Aló, Aló Presidente Aló”
El cantautor de estas letras, Abdénago “Neguito” Borjas, redactó hace más de veinte años la también polémica canción dedicada al Presidente Rafael Caldera.
En el tema se escucha: “Escuche Doctor Caldera, lo que queremos decir. Así no se puede vivir, con esta amargura, con hambre y tantos problemas, no acabe con Venezuela, le está gritando el país (…) El pueblo es quien le está hablando. Muy dolido y preguntado hasta cuando es su condena. Solo soy un mensajero que recoge sufrimiento, la rabia, angustia y lamento de la tierra que queremos”. 
“Ya lo que tengo que decirle al gobierno se lo dije”, comenta Borjas al preguntársele si volvería a escribir una gaita protesta para el tercer presidente que tiene Venezuela desde que él creara la primera composición. 
Lo peor, a su juicio, es que podría cambiarle el título al tema o al mandatario y los problemas serían los mismos. “Recordemos la inflación de aquellos años superaba el 80% y hasta llegó a superar la barrera del 100%. Buena gaita protesta de la época” comenta un usuario en Internet al comparar el tema con la situación inflacionaria actual. 
Yo igual lo escucho
Imagen: Másquenoticia.com
Son casi las seis de la tarde en un cafetín de un instituto de inglés en el estado Zulia. Marisel, de 21 años, escucha reggaetón con tanto volumen que aún con audífonos se puede apreciar el estruendo en el espacio con poca afluencia de gente. 
“No me gusta, es muy aburrido”, responde de manera seca al preguntársele por qué prefiere el reggaetón a la gaita. Señala que su papá sí lo escucha y de hecho, varias veces ha tenido que “calársela” porque lo ha puesto en el carro justo antes de llevarla a clases. 
“El problema es la transculturización. Con el reggaetón vienen los valores que no pertenecen a nosotros”, comenta Neguito Borjas.  Él está de acuerdo con una revisión de letras de este género por parte de Conatel simplemente si se cumple lo que promete la intencionalidad de la normativa del TSJ: catalogar por horarios las que inciten a malos hábitos, sean vulgares o usen el sexo de forma peyorativa. 
Marisel dice que no le importaría una hipotética restricción porque igual “la radio y la televisión siempre están encadenadas” (haciendo referencia a las cadenas presidenciales de radio y televisión)  y las veces que escucha música lo hace a través de mp3 en su teléfono móvil o casi a medianoche con una estación radial que dedica dos horas, de lunes a viernes, a este tipo de música. 
“Yo igual lo escucho”, resalta, se pone los audífonos y vuelve a olvidar por unos instantes, al tono de “cuando sienta el boom de este perreo intenso”, de los problemas del país. 
miércoles, 9 de julio de 2014
Publicado por: David Padilla g

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