Publicado por: David Padilla g jueves, 6 de noviembre de 2014

Foto: Propia (2007)
 Son más de las siete de la mañana. En un aula donde asumo el papel de profesor intento no dormirme al igual que los quince o dieciséis estudiantes que conforman la clase. Opto por contar parte de mi vida e invitarlos a hacer lo mismo. Entramos en confianza. Algunos salen de un aparente letargo y se desenvuelven con una soltura jamás imaginada.

El turno llega a una chica de tez clara como la leche, alta, con peinado de peluquería y uñas postizas largas que resaltan entre los constantes gestos a los que acompaña sus explicaciones.

-Durante mi primer semestre de la universidad me aburrió una clase y decidí tirar triqui traqui (fuegos artificiales) para que la cancelaran.

Le pido con la mirada que amplíe la información. Realiza una cronología detallada y sincera desde el momento en el que compartió con una compañera por Facebook su aburrimiento, de cuándo decidió buscar el explosivo y llevarlo a la clase, de cómo engañó al profesor para salir y encenderlo y de la posterior asociación que realizó con todo esto al miedo de regresar al aula.

-Y bueno, finalmente cancelaron la clase.

Trato de no expresar ninguna sorpresa pero mi cara me delata. Le regalo una sonrisa y le pregunto: “¿te agrado como profesor?”.

Ella sonríe con picardía.

-Sí profe. A mí me gustan sus clases.

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