Publicado por: David Padilla g domingo, 2 de agosto de 2015

Foto: ElImpulso.com
El área del terminal nacional del aeropuerto Simón Bolívar de Maiquetía, en Caracas, muestra su bullicio habitual de domingo en la noche. Se ven por los extensos pasillos a pasajeros esquivando la pesadez de la espera con música a través de audífonos, con libros doblados para mejor lectura o conversaciones que dejan los pequeños espacios entre las estaciones de carga para teléfonos celulares. 

La puerta de abordaje número 2 se encuentra más abarrotada que en sus días normales. Todo un contingente de pasajeros espera que el vuelo V114 de una aerolínea expropiada por el estado termine de subir a sus interesados para que otra tome su lugar y embarque a más de 60 personas que se cuentan a simple vista deseosos de ir o regresar a Maracaibo.  

Pese a que el extenso grupo comienza a quejarse, no pierde el orden de una fila espontáneamente acomodada para agilizar el ingreso al avión. Entre tantos susurros que lentamente pasan de diálogos a gritos, una voz femenina interrumpe en el altavoz con el anuncio de un nombre en específico que tras su repetición suena a súplica. 

-Se le agradece a la pasajera (nombre y apellido completo acá) presentarse por la puerta de abordaje número 2. Se le agradece a la pasajera (nuevamente, nombre y apellido) presentarse por la puerta de abordaje número 2. ÚLTIMO LLAMADO

La muchedumbre ve a su alrededor y sigue comentando, aunque en cuestión de minutos se despliega como si Moisés hubiese lanzado su vara al suelo del Mar Rojo para separar las aguas. Una chica de unos 25 años, de cabello negro hasta los hombros, chaqueta roja y minifalda de jean, camina entre la multitud arrastrando una pequeña maleta desde una extensión plegable en su mano izquierda.

En la mano derecha aprisiona un irregular plato de cartón donde el dedo pulgar no permite que una jugosa torta de chocolate se desparrame a otras regiones de su ropa. Se acerca con parsimonia al cubículo donde toca identificarse para subir al avión. A pocos metros paraliza su marcha para ir comiendo, a tramos, tan vistoso manjar. 

Así, cada vez que parece llegar al sitio, hace una parada donde estabiliza el equipaje, posiciona su cuchara y se zampa un pedazo de ese esponjoso dulce. 

Después de aquel ritual, se identifica como la persona a la que llaman por parlante. El que la atiende le indica que agradece su asistencia y le hace saber que con ese trozo de torta de chocolate no podía subir al avión, al menos no como lo presentaba.  

Ella, luego de perder parte de su colorido labial consumiendo el postre, comenta indignada que su retraso se debió a su compra y que no iba a subir hasta que lo terminara. Acto seguido, estabiliza nuevamente su maleta y procede a comer bocado a bocado aquel producto adquirido en una tienda del final del pasillo. 

Ante la mirada atónita del lado derecho e izquierdo de ese Mar Rojo, la última pasajera degusta cada centímetro de su pastel hasta que un barrigón del vuelo en espera grita entre dientes en su contra.

-Mirá mardita, termináte eso que quiero irme pa mi casa.

Ante el peculiar llamado, que hace voltear a más de uno, la chica de cuerpo esbelto da un gran mordisco hasta doblar el plato de cartón y agradece, aún con la boca llena, a quien le entrega en su mano el boarding pass de confirmación. 

Se va por el corredor, con el caminar de una miss, mientras que un inmenso público esperaba expectante que los llamaran para llegar a su destino. 

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