Publicado por: David Padilla g jueves, 2 de abril de 2015

Foto: Dave Hernández
A pesar de que hay alrededor de un millón y medio de venezolanos que han salido del país para buscar mejores condiciones de vida, trabajo y estudio, jóvenes menores de treinta años –por una u otra causa- aceptan el reto de seguir y crecer en la tierra de Bolívar.


Gusmán Daboín tiene 26 años. Tuvo que emigrar de su tranquilo y casi olvidado pueblo natal andino para matricularse en comunicación social en la ajetreada y caótica ciudad de Maracaibo. Concluyó no solo con el grado summa cum laude en su carrera sino que consiguió trabajo en la misma casa de estudios que lo vio llegar.

Hoy esa oficina donde ha forjado amistades o ha crecido y acumulado nuevas experiencias se desvanece de a poquito como saco de azúcar en el agua. En menos de un año al menos cinco compañeros se habrán ido del país o están en planes de hacerlo, al igual que casi un millón y medio de venezolanos en los últimos veinte años, según las estadísticas que van acumulando las organizaciones no gubernamentales.

Él no engrosará esa lista. No formará parte de ese cinco por ciento total de emigrantes por una de las razones que, como él, muchos jóvenes identifican: su familia.

"No me quedan dudas de que en otro país tendría mejor calidad de vida. Tampoco me quedan dudas de que en otro país no sería plenamente feliz sabiendo que Cecilia (su mamá) y mis hermanas aquí la están pasando mal. "No sería feliz consiguiendo toda la comida sin hacer colas y con servicios públicos óptimos, pero sin saber cuándo volveré a ver a mi mamá o si la volveré a ver”, comentó a principios de 2015 en una de sus redes sociales.

Quedarse entonces implica vivir con limitaciones, saber exactamente cuándo gastar y en qué no hacerlo. También convivir entre asientos vacíos mientras sucede todo pero, además, aceptando que se abren nuevas oportunidades que en crisis se han resuelto con formación, educando para continuar en el camino.


Reportaje radial elaborado para LUZ Radio
Los nuevos retos

“Tengo esperanza. Me niego a abandonarla. Sé que se está apagando esa lucecita de que las cosas van a mejorar. Trato de mentalizarme de que viene algo mejor y sigo trabajando acá para que cuando ese momento mejor llegue no me haya quedado atrasado”, comenta Gusmán.

Cree que el sendero a transitar es la educación, un campo minado por salarios poco atractivos, pero con nuevas vacantes a diario por las emigraciones, entre otros elementos. En el caso de su sitio de trabajo, la Universidad del Zulia, el profesorado se ha ido reduciendo progresivamente en los últimos tres años. Entre renuncias, jubilaciones, fallecimientos y suspensiones ha quedado un déficit de 750 profesores para una comunidad que hace rato pasó de 30 mil estudiantes.

Esto ha llevado a este y a otros centros públicos de educación superior a reformar sus políticas de ingreso, reducir la burocracia y ampliar el ingreso docente a través de incentivos, sin obviar las limitaciones financieras.

Con esto buscan aprovechar el bono demográfico existente, ese término que los especialistas usan hasta el cansancio para referirse a la mayor parte de la población que mañana será un contingente en edad laboral pero que hoy son tan solo menores que se han multiplicado por distintos factores (como el alarmante ascenso del embarazo precoz en adolescentes) y desde ya hay que ir creando condiciones de empleos productivos, posibilidades de ahorro y asegurarles recreación y estudio. En resumen, un futuro.

Foto: Dave Hernández
Pese a que no hay ese tipo de garantías, existe un pequeño espacio blanco en todo este gris panorama.
Gusmán tuvo su momento como ayudante académico con una sección de jóvenes de entre 18 y veintitantos años de edad a su cargo, justamente en el instituto que lo albergó como alumno y trabajador.

Por su estatus de graduado con altos honores no tendría que optar bajo esta modalidad porque su entrada -en un contexto inexistente en la actualidad- debería ser en automático bajo formación, pero no le importó.

Él no ve con buenos ojos que un puesto esté disponible tras la salida de otro. Más que oportunidad piensa en una fuga de talento que va a hacer falta en todos los aspectos, y que simplemente quienes se marchan se retiran del juego porque están cansados de vivir mal. 

“¿Que tengo mente limitada y que quizás en el futuro me arrepentiré? Asumo el riesgo. Solo sé que no puedo ser tan egoísta, porque de mi mamá no he recibido ni un poquito de egoísmo y a su edad es cuando más puede llegar a necesitarme". ¿Que no me voy porque soy un miedoso? Puede ser, me quedo con mi miedo que no afecta a nadie”, indica tecleando unas cuantas palabras en su bitácora personal.

No descarta irse del país, quizás a México donde le llama la atención el aspecto cultural, aunque condicionando su salida a su progenitora junto a su brazo dentro del avión.

Su lema de vida mientras tanto en la Venezuela después del expresidente Hugo Chávez coincide con la canción del argentino Gustavo Cerati, esa que probablemente muchos tararearían de conocerla: Es mejor quedarse quieto/ pronto saldrá el sol/ y algún daño repondremos/ terco como soy / me quedo aquí.

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