Publicado por: David Padilla g sábado, 7 de marzo de 2015

Foto: Traveler2006
Llegó el día. Los largos trámites para conseguir pasaje fuera de Venezuela, el tortuoso proceso para solicitar divisas y la irremediable medición que hay que hacer con bastante antelación para rendir ese racionamiento de dólares que dan para ir al exterior, él junto a su esposa lo tenían presente cuando se levantaron en la madrugada para ir al aeropuerto.

Iban a viajar. Había un sentimiento de paz con tan solo imaginar las cosas que se encontrarían en el supermercado, con dejar un rato el caos del día a día para cambiarlo por algunos días con esas sonrisas y esos abrazos de amigos y familiares que los esperaban con ansias desde el exilio en otro territorio.

El taxi fue puntual. A las 3.45 de la mañana los esperaba frente al edificio. Antes de abrir la reja hicieron un rápido conteo: llevaban unas tres o cuatro maletas y algunos bolsos de mano con regalos, enseres que ya imaginaban colocándolos arriba de su asiento en el avión. 

Él cargaba incluso su preciado cuatro, porque las parrandas venezolanas siempre son buenas con la gente que lleva el ritmo, sin importar en que parte del mundo se encuentra.  

El taxista logró meter con cierta dificultad los maletines en la popa de esa embarcación que hacía llamar auto.  Lo otro, que no era poco, consiguió acomodo en el asiento trasero. 

Foto: Carlos Maldonado
Eran las cuatro de la mañana. La conversación fluida y amigable que en la vía al terminal aéreo había surgido se detuvo al igual que el vehículo. El chofer se disculpó. Salió del automóvil y levantó el capó para solucionar lo más pronto posible la situación. 

En menos de diez minutos tres hombres de mediana edad divididos en dos motos pasaron. Encontraron la navidad en aquella chalana metálica. 

Desplegaron sus armas con la cordialidad de saludar a alguien por primera vez. Requisaron con delicadeza hasta hallar cámara, tabletas, relojes, dinero en efectivo y teléfonos inteligentes. Se despidieron deseando buen día y feliz viaje. 

Después de solucionar las fallas técnicas, los pasajeros llegaron a tiempo al aeropuerto para chequearse. Los pasaportes y algunos dólares se salvaron gracias a esa desconfianza existente que desde mucho antes del atraco, de llamar al taxi o de que comenzaran esos engorrosos procesos para conseguir pasaje y dólares comenzaran. 

La pregunta en ese momento de esta pareja fue la que muchos venezolanos nos hacemos: ¿nos vamos o nos quedamos?

Después de algunas lágrimas, de respirar profundo y de lamentar la pérdida de la dignidad y de uno que otro objeto material, partieron. 

Regresarían al desastre criollo, porque había un pasaje de vuelta, pero sabían que al menos por un instante, de algunos días que la burocracia les había permitido, serían felices junto a esas sonrisas que dejaron estas tierras tiempo atrás y con la que armarían una parranda pese a no contar ya con ningún instrumento para hacerlo. 

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