Publicado por: David Padilla g domingo, 1 de febrero de 2015


Navegar en una tabla sobre las olas de la playa Los Cocos, en la costa venezolana, le quita poco a poco a los niños la oportunidad de conocer un arma o las drogas 

Un día normal comienza con la llegada de los chicos a playa Los Cocos. Se les puntualiza a estos 60 ó 70 jóvenes que pasan semanalmente por este espacio de la costa venezolana que de no recoger el plástico y los desechos que pudiesen haber, no participarán en las clases.

“Siempre debemos sembrar la semilla del sentido de pertenencia”, acota Gilbert Baez, presidente de
Los Cocos Surf School como si un profesor se detuviera a explicar frente a la pizarra. La diferencia es que el mar es su salón de clases y la tabla de surf el marcador con el que repasa las lecciones.

Desde 2009 este trozo del litoral central fue considerado por las autoridades como “cancha deportiva para deportes acuáticos” y rehabilitado por la comunidad y el gobierno tras el deslave en el estado Vargas a finales de 1999.

Hoy trata mantener su título como “la cuna del surfing en Venezuela” entrenando mayoritariamente a los hijos de un sector económicamente deprimido que en su época dorada generaba entre 6 mil y 7 mil empleos  directos y ahora luce con más de 3 mil familias ubicadas en distintas propuestas habitacionales.

Estos sectores residenciales no escapan de la realidad de un país en el que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ubicó en 2006 entre los once países de América Latina donde los homicidios son la primera causa de muerte en jóvenes de 15 a 24 años o de las cifras extraoficiales del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC) que para julio de 2012 ubicaba al 40% de sus detenidos entre los 13 y 17 años.

“Cada vez que se me acerca un niño a la playa y me dice “yo quiero aprender surf” y veo que es vulnerable ante los peligros de su entorno, definitivamente es un niño que le podemos ganar a la delincuencia y a las drogas (…) Cada chico rescatado es una acción que no tiene precio en esta sociedad”, indica Baez.

Luego de finalizar el ritual de limpieza en el área, los chicos comienzan los calentamientos.  Acto seguido, se separan de acuerdo a su nivel de preparación (principiante, intermedio y avanzado) y cada uno sigue una cantidad de objetivos que cumplir por día.

Unos quince de ellos obtienen becas y dotaciones deportivas, además de seguimiento de su rendimiento escolar. Todos eventualmente reciben charlas entre sesiones gracias al trabajo que realizan en conjunto con la Oficina Nacional Antidrogas, el Instituto de Prevención del Delito y trabajadores sociales que trabajan para orientarlos sobre el tema de la violencia.

Surfeando a la violencia


Yoisis Delgado es la carta de presentación más novedosa del trabajo realizado en Los Cocos Surfing School. Googlear su nombre refiere una cantidad inimaginable de contenido donde se resalta su madera de campeón en este deporte.

Practica desde los 14 años y ha estado recibiendo ayudas y beneficios por parte de esta institución y de empresarios locales hasta quedar como principal medallista en distintas categorías en una buena cantidad de eventos internacionales.

Quizás su ola más difícil de montar haya sido la incapacidad de ayudar a su principal centro de enseñanza en el aspecto económico.

Hasta ahora se ha recurrido a la autosustentabilidad mediante la venta de paquetes mensuales de clases a turistas de otros estados del país para poder así cubrir la nómina de ocho instructores que tienen, comprar tablas de surf y otros asuntos operativos para brindar actividades comunitarias.

Esto, en palabras de Gilbert Baez, es trabajar con un semáforo no en rojo ni en verde sino en el tono amarillo que demanda la atención del ministerio venezolano de deportes y de instancias gubernamentales que se han acercado al proyecto pero que no realizan desembolsos certeros.

Él, como Yoisis, consiguió en el surf una alternativa al ocio ante las faltas de opciones en la zona y espera que al menos ese ritual del hombre enfrentando al indomable mar solamente con una tabla siga perdurando en esta parte de Venezuela por encima del primer contacto con las armas o las drogas.

Fotografías: Gilbert Baez

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