Publicado por: David Padilla g viernes, 30 de enero de 2015

Fue el 25 de enero de 2005 cuando publiqué mi primer post en un cutre blog llamado Dawarg. Tenía unos seis subdominios y era caótico para escribir, editar o almacenar una imagen. Pero era feliz. Podía escribir junto a una comunidad local que se unía y compartía pensamientos a pasos voraces.

Recuerdo que leía cada actualización en sitios como To2Blogs que mostraba el título y las tres primeras líneas de las llamadas bitácoras con la misma velocidad de como estuviésemos describiendo hoy el timeline de Twitter. La diferencia es que al hacer clic en cada enlace te abría una nueva publicación, una lectura que se convertía en la visión personal que cada uno de los venezolanos tenía de Internet.

Para esa primera entrada agradecí a Melvin Nava el haberme dado el espacio. Él, con lo que hoy se llama Venelogía,  se llenaba de nuevos comentarios con solo redactar algunas palabras. Incluso, me llegó a invitar a una de las pocas reuniones que se realizó en Maracaibo (a la par de otras partes de Venezuela) y que contó con la participación de un puñado de entusiastas que crecieron en estos rincones de la Web.

No pasó mucho tiempo cuando llegó el boom. Tocó llamar al apartado de Flickr “fotologger” y a los que incursionaban en Youtube “Vloggers”. El fenómeno dio paso a la especialización de contenidos y de allí a plataformas como Noticias24 donde las noticias tenían otro formato diferente a lo que habíamos visto en diarios, televisión y radio.

El final de 2007 y la llegada de 2008 convirtió a Barquisimeto en uno de los epicentros de la creación de blogs en este trozo del continente. Esa misma comunidad y camaradería conocería poco a poco Twitter mientras Facebook entraba en los tiempos de su máxima popularidad.

Yo para entonces me deslindaba lentamente de mi trabajo en una tabacalera y me incorporaba a Venelogía. No puedo negar que fue el comienzo de unos años en los que disfruté ese ambiente de más de los 140 caracteres que más tarde sustituirían a los blogs.

Me dediqué al blogging universitario con un experimento estudiantil llamado No te eches el polo. Era una plaza para la escuela de Comunicación Social de la Universidad del Zulia que no solo sirvió como vitrina para exponer mi trabajo (y finalmente conseguir empleo en este mismo centro de educación superior) sino para atrapar a un cardumen que se identificó con la causa.

Twitter después anidó con fuerza. Ya el Presidente de la República de turno había prometido abrir su cuenta y la movilidad mediante equipos telefónicos terminó de opacar en pocas frases lo que los blogs ofrecían. En el exterior de la nación algunos como Hipertextual y WeblogsSSL aprovecharon el vuelo y consolidaron imperios en base a la creación de estos otrora experimentos.

En Venezuela se diluyeron pese a esfuerzos de organizaciones no gubernamentales y activistas por reavivar este fenómeno mediante talleres y foros.  Las etiquetas #InternetNoesLujo y #FreeMediaVe además de los procesos electorales acrecentaron la presencia de más usuarios en redes sociales en lugar de los blogs.

Yo me perdí en otros proyectos internacionales bajo la promesa de dólares con pago bajo PayPal. No cultivé marcas ni nombres. Mi blog perdió el dominio y después de graduarme abandoné cualquier nexo con No te eches el polo pese a que un año antes había ganado el segundo lugar como “blog de estudiante de comunicación social o periodista” en los premios 2.0 de la ONG Espacio Público.
Los blogs eran una experiencia del pasado, un pesado corsé para el vestido de coctel que lucían Tumblr y Twitter.

Los encuentros de tuiteros eran más comunes que de los bloggers. Ya no había rastro de To2blogs ni Veneblogs pero sí de expertos, de campesinos en Internet que automatizaron sus arados y ofrecían productos de calidad así como explicaciones de cómo habían llegado a sus posiciones de honor junto a tímidos proyectos de podcasts.

No fui ni al infierno ni al cielo en este apocalipsis 2.0. Me mantuve en un limbo que me arrastró hacia la gente de Radio Nederland Wereldomroep. Les había gustado mi interacción, mis conversaciones en Twitter y pedían textos, largos esbozos para ser reflejados en sus espacios, similares a blogs.

Escribí. Recogí información de Facebook, de Twitter, de las camioneticas y de otros tipos de transporte público para compilárselos. Me premiaron. Me dieron más líneas para escribir.

Quise guardarlo todo pero decidí compartirlo. Así revivió mi blog, mi nombre Dawarg con otro formato y otro subdominio, el de Google. Los comentarios, el feedback, me incentivaron a crear contenido original, más ligero, y mostrarlo bajo nuevas líneas.

El 25 de enero de 2015 mi blog cumplió diez años. En un aeropuerto sin Wifi pensé en escribir algunas líneas pero no se me ocurrió nada. Me senté una semana después a analizar y a describirlo como un espacio increíble, una experiencia que repetiría y que seguiría mostrando como lo hago ahora: enseñando en aulas de la Universidad del Zulia, en talleres y una que otra publicación donde sigue siendo intimidante, como la primera vez, escribir en este lienzo en blanco al que llamamos blog.

Imágenes: Google Images (sin autores conocidos) 

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