Publicado por: David Padilla g lunes, 26 de mayo de 2014



A pocos meses de terminar el bachillerato, dos estudiantes cuentan sus experiencias, sus inquietudes y sus temores antes de su paso a la vida universitaria

Publicado originalmente por El Toque, de RNW

Es un día de semana cualquiera. Mediante la línea telefónica, María, de 18 años, estudiante del último año de bachillerato en un colegio privado católico, desnuda su alma o al menos lo intenta. Habla decidida sobre la inseguridad de su futuro.

 “Me gustaría estudiar derecho porque me parece una carrera bastante bonita. Me llama la atención. Lo que emplea esta carrera de verdad es algo que me gusta bastante pero desgraciadamente no la voy a estudiar. En Venezuela es muy difícil.  Tienes que estudiarla donde quieres crecer, donde tienes que formalizarte y si la estudio acá tendría que hacer un montón de cosas para ejercer en otro país y eso se me complica”.

En su cuenta de Facebook luce como una chica sin rasgos extraordinarios. Destaca su cabello negro largo y sonrisa prominente. En ningún momento de la entrevista se revela si ella forma parte o no de ese grupo de compañeras  del mismo centro de estudio que pese a que no saben qué estudiar a futuro, desde hace poco más de un año pagan una cuota mensual para la fiesta y el viaje de graduación ahora a poco menos de tres meses de la fecha.

“El camino más bonito para mi es estudiar en la universidad, prepararse, en otros casos hacer especializaciones para crecer así profesionalmente”, dice. Está clara en que desea continuar estudiando.

Una prueba vocacional le indicó a ella, al igual que a todos los estudiantes del penúltimo año de diversificado del país desde hace menos de quince años, que pertenece a esa parte de la población en el que prefiere carreras universitarias de larga duración que las cortas.

Sus respuestas por teléfono son largas pero concisas. Eso permite revisar mientras las informaciones que se generan ese día: la rectora de la Universidad Central de Venezuela será interpelada en la Asamblea Nacional por presunto caso de corrupción; dos universidades privadas de Maracaibo cerraron por disturbios tras las manifestaciones de sus estudiantes; la principal universidad pública de la misma ciudad amenaza con pararse en apoyo a estos jóvenes además de otros asuntos administrativos.

Pese a no mencionar estos elementos en la entrevista, María señala que le preocupa. Ya se ha enterado de todo esto por Twitter  y por un grupo de amigos en Whatsapp.

“Estamos en un país donde es muy difícil ejercer esta carrera porque las leyes no son cumplidas correctamente”, menciona al retomar el tema de por qué no estudia derecho en Venezuela. Menciona cómo sus padres siempre han sido abiertos y le han dado la oportunidad de escoger. Reconoce que han estado preocupados por su indecisión “porque ya debería tener el futuro bastante claro”, pero están abiertos a apoyarla ante cualquier escenario.


“Yo le diría a quien esté como yo a que evaluara todas las oportunidades, uno siempre debe buscar la felicidad de sí mismo y no complacer a nadie más”, añade.

En números

Foto sin crédito
El estado venezolano garantiza la gratuidad de los estudios hasta el cuarto nivel. Es decir, una carrera universitaria o técnica está cubierta, incluso con algunos elementos como equipos de computación prometidos recientemente por el gobierno de Nicolás Maduro.

“He ordenado que a todos los estudiantes del país se les entregue una tableta para sus estudios”, llegó a decir el mandatario nacional durante la firma de un acuerdo con la empresa surcoreana Samsung.

Sin embargo, esto ha acarreado problemas como los cupos de ingreso.  En la Universidad del Zulia, por ejemplo, esto se ha notado más en medicina, una de las carreras más demandadas junto a derecho y comunicación social.

El centro de educación superior indica que en 2007 ingresaron 1800 estudiantes mientras en 2011 solo 550. La disminución se debe a la falta de presupuesto para reponer personal y a las limitaciones de infraestructura en los salones y hospitales. En resumen hay unos 250 profesores para atender a unos 6 mil estudiantes, cifra que atenta contra una formación de calidad.

Estos números se han visto alterados por la deserción tanto de docentes como de estudiantes tras los eventos del primer trimestre de 2014.

Paola, que tiene 17 años, está casi a punto de graduarse como María y vive en otra entidad del país, sabe muy bien de esta situación. En donde ella reside no hay ninguna opción para continuar con una carrera larga por lo que ha seguido muy bien los acontecimientos para saber si tiene una oportunidad de ingreso.

“Mi profesor de orientación no me ayudó en nada”, exclama. A cinco meses para su graduación, descubrió por una compañera que habían cerrado las inscripciones a todos los procesos en las carreras que pudiesen interesarle. Ese día, según cuenta, tomó el teléfono de su mamá y comenzó a llamar desesperadamente a cuanto familiar tuviese para conseguir información.

“Un primo finalmente me dijo que habían postergado todo por las guarimbas y que creía que podía inscribirme (…) En cualquier momento voy a tener que viajar con mis papeles para averiguar mejor”, indica.

Ella quería originalmente medicina pero con el promedio no estaba segura de conseguirlo. “He escuchado que todavía con 19 ó 20 puntos (la máxima calificación) hay gente que no ha entrado”. Añade diciendo que su aspiración es odontología aunque de no lograrlo intentaría nuevamente el año que viene.

Mira de reojo con cara de insatisfacción y concluye revelando su plan alternativo: “mientras tanto hago un cursito de inglés o algo así”.


Otras opciones

Según el más reciente contrato colectivo para trabajadores de las universidades
públicas de Venezuela, un técnico superior con tres años de estudio pasa a ganar exactamente lo mismo que uno que ha optado por una carrera de cinco o seis años, como una licenciatura.

También la prima de profesionalización para estudios posteriores a los universitarios reconoce por igual a alguien que ha hecho un diplomado de alguien que estudió una maestría. El bono por este concepto es de 100 bolívares de diferencia.

Esto, aunado a los sueldos que se discuten cada dos años, trae consigo que alguien con sueldo mínimo, sin ningún tipo de educación, pase a ganar casi lo mismo que alguien con varios títulos en su haber.

“Ninguno de mis amigos ni mis familiares  me ha dicho que debo elegir algo rentable. Tienen muchas expectativas conmigo por las notas que tengo, por el rendimiento que doy”, dice María al planteársele una alternativa específica: un curso de nueve meses de peluquería en una cadena reconocida de Maracaibo con la que puede llegar a ganar en un mes productivo -como diciembre- lo que tardaría en todo un año como empleado universitario.

“¿En serio? Yo como que voy a terminar haciendo eso”, dice entre risas Paola. Ambas concuerdan en que respetan a quienes opten por ese camino pero no lo tomarían porque sus padres le han enseñado en trazar el suyo por las universidades, tal como ellos, pese a que ahora luce como todo un enigma.

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