Publicado por: David Padilla g viernes, 18 de abril de 2014

Recurro al cliché en el titular. Miro de reojo la portada de “Vivir para contarla”, una versión de bolsillo que compré en Argentina hace varios atardeceres.

Abro el texto en los primeros capítulos, donde el colombiano que imaginó a Macondo indicaba cómo a sus veintitrés años usaba cotizas rajadeo y ganaba realmente una miseria pero estaba claro en lo que quería: pasar el resto de su vida escribiendo.

En ese fragmento su madre le armaba una de las grandes. Él se limitaba a escuchar, suponiendo que en algún momento le golpearía con una cuchara de madera si le llevaba la contraria. Años después ganaría el premio Nobel de literatura. Hilaría de manera magistral la vida de los personajes de su Cien años de soledad y se convertiría en una figura notable de las letras, de Colombia y del habla hispana.

Es difícil imaginar que esa persona se ha ido. En las redes sociales muchos dejan claro que él se fue desde hace mucho tiempo y su legado lo mantenía a flote como el Caballo Viejo que llevaba por este mundo a Simón Díaz.

Yo me limito a recordarlo, a alabar su trabajo como periodista en una Venezuela que no viví pero que añoro, a extrañar la sangre en la nieve y la llamada desde la cárcel en sus cuentos peregrinos, además de preguntar de vez en cuando por la extraña rama al fondo de la embarcación que el náufrago terminaría describiendo como alimento en su relato.

“En mis tiempos de Aracataca había soñado con la buena vida de ir cantando de feria en feria, con acordeón y buena voz, que siempre me pareció la manera más antigua y feliz de contar un cuento” dejó dicho en su autobiografía.

Murió un jueves santo al igual que Ursula Iguarán, familia de ese Buendía que frente al pelotón de fusilamiento recordaba cómo su padre lo llevaba a conocer el hielo y que Gabriel García Márquez nos lo presentaría al principio del libro que lo hizo famoso.

Tiro la edición de bolsillo de su vida al otro lado del cuarto. Me encuentro con la botella de ron y me sirvo una copa. Brindo en su nombre. Pienso en otro cliché para terminar pero no lo redacto. Simplemente tomo y me despido del grande.

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  1. Triste noticia, pero me alegro de ver que estas volviendo a escribir en el blog. Te dejo un link para quienes aun no hayan leido las historias de Macondo --> https://archive.org/details/GarciaMarquezGabrielCienAnosDeSoledad1

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