Publicado por: David Padilla g domingo, 13 de junio de 2010

“Mire, escúcheme un momento”, dice la jefa de prensa al verme llegar. El tono solemne y carente de cualquier maracuchismo indicaba que la orden estaba por llegar. “Le toca el trabajo especial de esta semana”, me lo suelta al tiempo que yo suspiro. Hace pocos meses me deslindé del departamento de prensa de LUZ Radio para integrarme al de producción y encargarme así de la Web (labor para la que fui –digamos que- contratado) pero mantengo lazos con mi albergue anterior por haber aceptado seguir haciendo la serie de reportajes periodísticos que suelen llamar trabajos especiales. 

Aquel día sin embargo no estaba feliz con mi asignación. Tan solo un día antes me habían quitado la carga al ofrecerle el trabajo a otra persona, pero esa mañana la pelota entró en mi arquería con un tema que alude al símil: el mundial de fútbol.  

¿Qué podría decir que no se haya dicho? El himno oficial de Shakira y su movimiento de caderas ya habían opacado cualquier dato importante sobre el evento, así como la historia del balón, de la mascota y de cuanto elemento simbólico exista. Pero luego pensé en algo sustancial que poco se ha sabido explotar: Sudáfrica.

Siempre al mencionar África se piensa en un lugar donde abunda la persona de piel negra con rulos casi adheridos al cráneo, pero no en Egipto donde su población es racialmente distinta. Se asocia el continente en su mayoría con el SIDA y la falta de agua cuando también existen buenas historias que contar como el triunfo electoral de Mandela luego del apartheid o de la música autóctona que tanta influencia ha tenido en nuestro mundo occidental.

 
No digo que sea la exclusión algo que nos caracterice, sino el desconocimiento. La falta educativa se ha visto reflejada en las aulas de clases donde se nos enseña más a criticar o aplaudir al vallenato y al reggaetón antes de colocar, solo para opinar y aprender, algún calipso o un toque de chimbanguele.

 Esto se permea a los medios donde circulan más las confesiones de Brangelina (la vulgar mezcla de Brad Pitt más Angelina Jolie) que el apasionante relato del chamo que -con una arepa en su barriga- sale del barrio a tocar en la Orquesta Sinfónica de Santa Rosa en Maracaibo. 
Somos irremediablemente así, una población que se enamora o critica el Waka waka pero que no le entra curiosidad revisar ese teatro o biblioteca azotada por el hampa y que igual aparece reseñada en la prensa local, aunque con mucho menos espacio. 

Decidí en mi reportaje reseñar esa historia pre-Mandela y el infaltable lado deportivo del balompié sudafricano y criollo, esperando que mas temprano que tarde los venezolanos pasemos de admirar el movimiento de caderas de la barranquillera a acelerar nuestros movimientos para apreciar las costumbres y tradiciones que aún se mantienen en segundo plano pero siguen siendo más nuestras que nunca.

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  1. Es cierto, dawid... pero pocos o muy muy pocos le prestan atención a las costumbres de un país, porque simplemente llamarlas "costumbres" ya suena aburrido. Me hubiese gustado que me echaras el cuento del trabajo especial! Quedé picá! Pero me gustó el post! ;)

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