Publicado por: David Padilla g martes, 15 de junio de 2010

Hora del almuerzo y veinte bolívares fuertes en la billetera. Una pésima combinación cuando sólo se lleva medio sándwich de jamón en el estómago y un par de franquicias, golpeadas por la inflación y que insultan a la alta gastronomía con sus atractivos combos, seducen a los que buscamos un oasis para palear el hambre a la desértica hora del mediodía.

Esa tarde no tenía muchas opciones: un local chino con comida de dudosa calidad, una farmacia con abarrotes y una venta de hamburguesas de corte americano, que pareció entender que había algún insumo en su menú que me inyectara de un “mientras tanto” a cambio del único billete que me acompañó ese día.

Tras elegir un asiento huyendo del obstinado dependiente con el trapeador, mis dientes hacían contacto con el trozo de carne casi quemado a la parrilla antes de ver el reflejo de un chico de mediana estatura en el vidrio del parque infantil.

La sonrisa vino de inmediato. Era aquel un personaje totalmente desconocido para mí pero fue su atuendo, un uniforme bicolor con letras de rojo vivo saliendo de su pecho, que lanzó a mi mente muchos años atrás en un par de segundos. Usaba el inconfundible traje deportivo similar al que utilicé durante la mitad de mi vida en el mismo colegio donde debía estar estudiando ese muchacho desgarbado de particular peinado.
Era y sigue un centro educativo pequeño, probablemente con la misma directora con la que tenía día tras día discusiones sobre el pago que debía, sobre la que hice caer a una “maestra”; donde rompí varios vidrios con una piedra en una tarde de ocio y donde eximí varios exámenes aún cuando mi promedio no bajaba de 16 puntos.

Sí, ese es el lugar que en su momento vi indeseable pero ahora, mientras separaba el pepinillo de la cebolla para no saborizarlo con el refresco del combo, recordaba con nostalgia.

Probablemente sea porque recurrí a lo sano y olvidé los peores recuerdos para dejar en la mente las mejores amistades y mezclarlo –así como las papas con su salsa- con las motivaciones que me llevaron a la carrera donde obtendré un titulo universitario.

La hora del mediodía había pasado. El chico había ordenado para llevar y se perdió de mi vista. En la bandeja quedaban residuos que terminarían más tarde en la papelera. Antes de que el trapeador tocara a mi mesa, ya me había levantado para continuar pensando que aunque el hambre seguía invadiendo mi ser, existía un espacio que probablemente no volvería a visitar en la vida pero que podría añorar para impulsar mis almuerzos del mañana.

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