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- El oasis que rodaba
Publicado por: David Padilla g
domingo, 22 de mayo de 2016
Foto sin crédito adjudicado |
El bus los había dejado en el infierno. La unidad se había accidentado en esa jungla de concreto y el chofer tuvo que bajarlos tempestivamente, sin devolverles el pasaje. Como estaban a media cuadra de donde sabían pasaba otra ruta, a nadie le importó.
El calor era sofocante, un desespero al que se le unía la hora pico, la cantidad de autos que evitaban la marcha estudiantil cercana, las personas que competían por un puesto en el siguiente transporte y el saber que la periodicidad de los buses en esa zona solo era equivalente al paso del cometa Halley por la Tierra.
Aquel microbús color naranja aparentemente vacío se esperaba más que agua de mayo. Cada uno de los que logró subir conseguía en su entrada música anglo de los años 80 seguido del saludo de un conductor cordial que los acomodaba en una posición estratégica mientras recibía el pasaje. De entrada, en medio del caos, no se creía.
“Los que son jóvenes me le van cediendo el puesto a los ancianos que van llegando”, indica en un tono firme pero amable. No tiene más de 50 años de edad pero los surcos en la frente son pronunciados dando una apariencia mayor bajo esa inclemente iluminación. Lleva medio brazo fuera de la ventana con una manga hecha de recortes de tela ya descoloridos probablemente por la cantidad de sol que ha atrapado.
Los parlantes presentaban a Freddy Mercury cantando en Queen cuando estaba en todo su esplendor. Nadie podía conversar porque la música en alto volumen los silenciaba en automático. Las paradas se anunciaban desde este momento a gritos o con golpes al techo.
“Está bien, le bajo”, masculló ante las críticas. Una señora, de traje conservador, se le acercó para preguntarle por qué tenía música que señaló como mundana. El hombre aprovechó la parada que les había dado el semáforo para mirarla con cara de indignación.
"Señora, pero si este es Mercury. Sería marico y todo pero es una leyenda, y sigue siendo mejor que escuchar vallenato”, le dijo. Siguieron entre ambos algunas palabras inentendibles para terceros que en apariencia ayudaron a evangelizar a la mujer sobre gustos musicales.
“Es que si llego a poner reggaetón o música de esa, muy basura, vendo el micro”, comentaba mientras ayudaba a una anciana a bajar la escalinata. En algún momento alguien interrumpió Africa de Toto para hacerle saber al chofer que debía parar “en la bomba”. El musicalizador andante se molestó y sin dejar el volante apagó el reproductor para indicar que se estaba en un error y que la forma correcta de decir era “estación de servicio”.
“Es que si nadie se lo corrige, siguen con los errores”, le asegura a otra doña buscando su aceptación. En el resto del trayecto, las paradas llenas de basuras a las que llegaban alternaban con Spirit in the sky de Norman Greenbaum y Sweet child O Mine de Guns N Roses. Salir de esa rockola era lamentable y no fueron pocos los que se lo hicieron saber al conductor.
“Bueno, aquí me tienen. Ya saben a dónde subirse”, les comentaba mientras soltaba una sonrisa, subía el volumen y se perdía con ese oasis que rodaba entre todo el fuego en el concreto.